El devenir de la sexualidad: las perversiones líquidas

El devenir de la sexualidad: las perversiones líquidas
Foro: Richard Dunstan

Por Silvia Ons

En 1886 Richard Von Krafft-Ebing[1] publicó su famoso tratado Psicopatológica sexual que constituyó la inspiración del desarrollo freudiano sobre las perversiones. Freud[2] define a la perversión como una práctica sexual con alto grado de fijeza que sustituye al acto sexual genital y que, lejos de ser un prolegómeno del mismo, deviene fin exclusivo. Clasificadas antaño dentro de la psicopatología, han devenido en la actualidad meros “gustos” personales que se confiesan sin pudor.

Zygmunt Bauman[3] considera que la sexualidad ha entrado también en el famoso mundo líquido descripto en sus libros. Por eso considera a la metáfora de la liquidez adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de la modernidad. No hay pautas estables ni predeterminadas en esta versión privatizada del mundo. Tal estado influye en que toda forma de actividad sexual sea no solo tolerada, sino, con frecuencia recomendada por los sexólogos como terapia útil y eficiente. Las actividades sexuales son cada vez más aceptadas en cuantas vías legítimas del logro de la felicidad individual, y son exhortadas a ser exhibidas en público. Lejos ha quedado el recinto privado de Sade cuyo aislamiento era pieza esencial para el desarrollo del montaje de la escena perversa. Sin embargo hay algo en común con la consigna del famoso libertino: el derecho al goce elevado al estatuto de precepto universal. El marqués declamaba tal derecho inspirándose en La República[4], trasformando los derechos humanos en sexuales. Sabemos que tales reivindicaciones están a la orden del día, ellas coadyuvan junto con la modernidad líquida a que muchas de las perversiones clásicas sean asimiladas, pierdan el peso que tenían y terminen siendo, según la feliz expresión de Fabián Schejtman[5] no solo “perversiones líquidas” sino además en “liquidación” en la medida en que se ofrecen como bagatelas en el mercado, para el consumidor.

En mi libro Violencia-s[6] destaqué como alguien enuncia sus preferencias sexuales por Internet y de este modo esas preferencias toman un valor que antes no tenían, ya que transformadas en mercancías adquieren un valor agregado. Tal valor tiene su analogía con el valor de cambio descrito por Marx, en la medida en que ingresa al mercado lo que antes era sólo valor de uso. Aquí hay que entender el mercado no solo desde el punto meramente financiero, sino como una vitrina en la que algo se da a ver para ser elegido según “el gusto”. Y de la misma manera en la que cualquier experto en economía sabe que la oferta genera demanda, habría que preguntarse si el gran abanico de perversiones en la actualidad no está favorecido por las mismas ofertas.

Lo privado sufre una transformación haciéndose público y apto para el consumo. En tal transmutación los «apetitos» adquieren una consistencia insospechada, como si la posibilidad de confesión y de concreción les insuflase un peso suplementario. El tema excede lo específicamente (y clásicamente) considerado como sexual, para el caso baste evocar los suicidios colectivos de los jóvenes japoneses, suicidios que fueron pactados por Internet y que por ese medio también encontraron la manera más viable para ejecutarse ¿No fue acaso ese medio el que coadyuvó en ese pasaje al acto? Parece que encontrar a otros que tienen impulsos análogos hace que los propios tomen más fuerzas. Vemos entonces surgir un nuevo fenómeno de masas, en el que los sujetos se identifican ya no por tener un ideal común, sino ciertas inclinaciones que ‒insisto‒ toman mayor fuerza al ser confesadas y colectivizadas.

Reflexiónese, para ilustrar, en las frecuentes cavilaciones de algunos adolescentes acerca de la identidad sexual, esas dudas son prontamente sofocadas cuando lo que antes era una fantasía es considerado como indicador de una certera preferencia sexual. Más allá de Internet, en nuestra contemporaneidad todo lo que le ocurre a un sujeto es prontamente subsumido a una supuesta identidad del ser, para dar alguno de los múltiples ejemplos: si una chica piensa en demasía en una amiga es por ser lesbiana, si come mucho dulce bulímica, si experimenta cambios anímicos, bipolar. Eclipsando los matices de las cosas, tales nominaciones borran su misterio y hacen que muchas veces, lo que antes podía ser para un sujeto un pensamiento, una conducta esporádica o una fantasía se torne prontamente una clave que responde a lo que sería la real identidad. Y cuando un sujeto está desorientado ‒algo muy habitual en estos momentos‒ se aferrará tanto más a aquello que le daría un supuesto ser.

Freud[7] se refirió a ciertas fantasías que circulan sin demasiada intensidad hasta recibirlas de determinadas fuentes. Internet funciona como una fuente adicional que les ofrece la oportunidad de brindarse como ávidas prendas en un escaparate en el que encontrarán respuesta sin demora. Recuerdo la feliz expresión de Lacan, acerca del fantasma como prêt à porter, listo para ser llevado, listo para ser llevado por la vía facilitada de la vitrina informática.

Los fantasmas se muestran sin mediaciones y los sujetos se tornan idénticos a sus supuestas inclinaciones pulsionales hasta llegar a tener el nombre de esas inclinaciones («los caníbales», «los sádicos», «los masoquistas», «los fetichistas», «los bisexuales», «las bulímicas», «las anoréxicas», «los drogadictos», «los homosexuales», etc.), perdiendo singularidad para formar parte de una clase. Notablemente los sujetos ya no están representados por significantes rectores que los nominan en el espacio público, y que clásicamente señalan su lugar en lo social sino por maneras de gozar que inusitadamente se confiesan.

La pedofilia y la pornografía infantil son los únicos actos denunciados como perversos. La sanción proviene a que entran dentro del campo del delito, el menor no es responsable pero en los otros casos, si hay consenso… todo vale.

Gianni Váttimo[8] considera que la sexualidad se encuentra implicada en el proceso de secularización que atraviesa nuestros días. Tal como Weber y Elias, Vattimo estima que la secularización es la esencia de la modernidad, su característica consiste en una transformación del poder en una formalización que lo priva progresivamente del carácter absoluto ligado a la soberanía de la persona “sagrada”. La modernidad laica sería así un proceso de desacralización y la ontología débil, su trascripción más adecuada. «Secularización» proviene del latín saeculare, que significa “siglo” pero también “mundo” y es una manera de hablar de la decadencia de las prácticas y creencias religiosas que se observa en las sociedades modernas. Vattimo conjetura que la sexualidad misma se encuentra implicada en tal proceso ya que, con el debilitamiento de la moral religiosa tradicional deviene más libre, perdiendo el aura sagrada del siglo XIX y que ‒según este autor‒ conserva en el psicoanálisis. Este último sería ‒según sus palabras‒ un fenómeno superado, creado en una época de moralismo xenófobo.

Cabe cuestionar la idea de un sexo más libre sostenida por el filósofo italiano, ya que si la sexualidad de antaño no era libre por estar prohibida, la actual no es más libre cuando está sujeta a los imperativos de goce que la rigen. El padre que ejercía interdicción ha sido sustituido por nuevos deberes: los de experimentar inéditos placeres, cada vez más intensos. La exhibición de fotos con procacidades sexuales están dirigidas a ese ojo que demanda las muestras de cómo se ha gozado. Tal “libertad” es en realidad obediencia. Así, muchos homosexuales dicen que lo que otrora era transgresión y denuncia, hoy es mera adaptación al sistema. Pasolini ‒homosexual declarado en una época en la que tal confesión era escándalo‒ prefería un estado represivo a otro falsamente tolerante, y no apoyaba las batallas de los derechos civiles de los homosexuales, ya que estimaba que eran batallas del consumismo que favorecían al mercado y al poder. Declaraciones notables en alguien que siempre se sublevó frente a los regímenes represivos, pero que vio que se avecinaban los tiempos en los que la diferencia iba a ser reabsorbida en el sistema. Ajeno a la cultura gay, Pasolini cultivaba su singularidad, exaltando incluso el dramatismo del conflicto sin pretender liberarse ni de la culpa ni de la contradicción. Silvio Maresca[9] muestra que uno de los aspectos del progresismo es el de sustituir la ruptura por la híper adaptación, la disidencia por la contaminación. Así encontramos –entre otras cosas‒ a las perversiones de ayer asimiladas e incluso propiciadas. Con acierto dice Schejtman[10] que las perversiones prosperan por doquier como transgresión allí donde el religioso indica con precisión donde se localiza el pecado, el moralista lo que es censurable, o el médico lo que debe ser curado. ¿Pero qué de las perversiones en tiempos de declive, quebranto, desbaratamiento de la función rectora del padre?

Lacan transformó la célebre frase de Dostoievsky “Si Dios no existe, todo está permitido”, en “Si Dios no existe, ya nada está permitido”[11]. La expresión del escritor ruso proferida por el padre de Los hermanos Karamazov se personifica en Kirilov, ese personaje de la novela Los demonios que profiere: “Si no hay Dios, yo soy Dios”. Y como demostración de tal autonomía se suicida, siendo esa muerte el desenlace lógico de la manifestación de su libre albedrío. Kirilov afirma que quien aspire a la libertad suprema no temerá quitarse la vida, quien tenga coraje para matarse habrá taladrado el secreto del miedo. Acabar con el temor es convertirse en Dios[12]. Este texto del autor que fue una de las fuentes inspiradoras de Nietzsche en su último período, contiene claves notables para entrever cuál es la situación del ser humano en una época en la que “todo está permitido”, entre otras cosas, la cara letal de tal “libertad”. Pero Lacan da un paso más, cuando advierte que la muerte de Dios deja al hombre expuesto a la orden de otro poder, revelado en los imperativos que lo sujetan.

El psicoanálisis desmonta tanto las ilusiones montadas sobre la garantía paterna, como aquellas otras que alojan a los aires de renovación. La mostración del escenario perverso tiene un revés que no está a la vista, pese a todos los intentos por darlo a ver.

 

 

La dirección masoquista

Vayamos al masoquismo, para primero tener en cuenta que cuando es la mujer la azotada, ello responde usualmente al fantasma del varón que lleva el fuste mientras que, cuando es el varón el objeto del maltrato es él mismo quien lo ha solicitado. El masoquismo es un ejemplo clásico para poder distinguir placer y goce ya que la excitación en el dolor nos habla de una voluptuosidad que excede los marcos del placer. En todo caso, ese placer en el dolor puede llamarse goce y, más allá del masoquismo, denominamos “goce” a lo que traspasa los límites del placer. Por ello, aquellas filosofías como el epicureísmo que incluyen al placer dentro de su ética, consideran que su misión consiste en liberar al espíritu humano de las turbaciones que lo agitan. Para lograr ese estado debe excluirse el sufrimiento, el temor, el ansia que, cual enemigos del alma atentan contra la búsqueda de armonía. La serenidad consiste en un placer concebido como ausencia de alteración muy distinto del que busca el masoquista ya en este caso se trata de una satisfacción en el padecimiento, de un goce en el aumento de tensión.

Detengámonos ahora en pensar el masoquismo, particularmente el caso de aquellas mujeres que trabajan para satisfacer a sus clientes en estas prácticas. Nos centraremos en los ejemplos en los que ellas deben oficiar de “sádicas” ya que estas situaciones abundan e invitan a la reflexión. Destacaré un caso típico. Ella trabaja como ama sadomasoquista prestándose a representar el papel de mujer cruel, impiadosa y feroz requerido por sus clientes. Ella golpea con severidad implacable las nalgas de los caballeros, debe ofrecer un servicio: identificarse con un personaje despótico que ordena a los esclavos adecuarse a todos sus caprichos, aún aquellos que rozan los confines de lo inhumano. Ella cree hacer en ese rato lo que quiere, más la angustia la invade al no saber quién es cuando está sola.

Comencemos con una pregunta. ¿Quién dirige la sesión masoquista? Conviene aclarar que nos estamos refiriendo al masoquismo como práctica sexual, en la que está generalmente suprimida la relación genital. Es importante distinguir este masoquismo de otras variantes, ya que el uso general del término hace que se pierda la estricta particularidad que tiene como práctica perversa. No estamos aludiendo, entonces, a aquellas personas que en la vida parecen buscar el dolor, ni tampoco a aquellos que gustan torturarse con sus pensamientos, ni siquiera a aquellas mujeres que suelen elegir parejas con rasgos sádicos. Estamos hablando de sujetos que requieren de un montaje escénico, como condición absoluta para alcanzar el goce. Ella debe vestirse de “ama”: con sus botas de cuero, anteojos negros, látigo en mano… la sesión comienza. Y la teatralidad alcanza el extremo de la irrisión.

Volvamos a la pregunta. ¿Quién dirige la escena? No tardamos en comprender que quién verdaderamente tiene el poder de gobernarla, no es precisamente quién oficia de sádico, sino de masoquista. El poder no se confunde con la fuerza de los golpes, ni con lo ilimitado de los caprichos, ni con las ocurrencias atroces del que oficia de sádico. Quien dirige es el masoquista, haciendo que se realice el libreto predeterminado de su fantasma. Fue Guilles Deleuze quien indicó la importancia del contrato.

El nombre de masoquismo fue dado por Richard von Kraff-Ebing definiendo esta práctica de la siguiente forma: “una curiosa perversión de la vida sexual que consiste en desear verse completamente dominado por una persona del sexo opuesto, soportando de ésta un trato autoritario y humillante, y que puede alcanzar incluso el castigo efectivo”. La denominación de esta pauta de conducta fue suscitada por el apellido de un novelista austríaco, Leopold von Sacher-Masoch[13] (1836-1895) cuya obra literaria se inspira, sobre todo, en su propia experiencia erótica. La Venus de las pieles es la novela más célebre de una literatura inscripta en la decadencia post-romántica, en ella se describen los contratos que el protagonista firma con su amada y que reproducen los que Sacher mantuvo con sus mujeres en la vida real. En estos convenios se pautan, a modo de reglamento, las obligaciones y compromisos de la relación y nada queda fuera de lo previsiblemente determinado. Fue Guilles Deleuze[14] quien indicó la importancia del contrato en la relación masoquista, éste se establece con la mujer verdugo, renovando la idea de los antiguos juristas según los cuales la propia esclavitud se basa en un pacto.

Los contratos duran un tiempo acotado en el que los participantes pactan en ser amos y esclavos. No deja de ser interesante que en el contrato que Sacher firmó en su vida real con Madame Fanny Pistor, él se compromete a ejecutar absolutamente todos sus deseos y órdenes, más ella nunca mirará sus cartas y escritos. Es que, sin duda, la escritura le pertenece y es esa escritura ‒como vimos‒ la que comanda la escena.

¿A qué obedece esta necesidad de reglamentar la pasión y de transformar a la mujer en una dama altiva, impenetrable, actriz de mármol? Considero que ‒pese a las apariencias‒ ello se debe a un intento por dominarla.

Freud se refirió al enigma de la feminidad que ha hecho cavilar a los hombres de todos los tiempos y, hasta el final de su vida, se preguntó por el querer de una mujer. En ningún momento de la historia, la mujer ha sido más objeto de inquietud que en la edad media, ya que es un momento en el que se capta lo indomesticable del goce femenino, vivenciado como sin límites y errante.

La literatura pastoral describe a la mujer como inquieta y caprichosa, inconstante como “la cera líquida que está siempre lista para cambiar de forma de acuerdo con el sello que la imprima”, “inestable y mudable como la copa de un árbol agitada por el viento”. En esta literatura, la ventana es un elemento recurrente del escenario en el que actúan las mujeres demasiado curiosas e incautas. Su peligro radica en inspirar el deseo de salir y pasear por el mundo, estimulando un apetito nunca saciado conducente a buscar siempre algo nuevo. Lo inquietante del goce femenino radica en trascender los límites, así el vagabundeo intelectual y moral es evocado para justificar las normas de control. En la Edad Media, la mujer será custodiada, confinada a la casa o al claustro, como espacios de vigilancia[15]. Podemos decir que el masoquista opera de un modo similar, ya que su fantasma enclaustra a la mujer en un lugar fijo, ella debe ser siempre cruel, no ocurrirá nada inesperado, el contrato limitará sus acciones y determinará su querer… siempre sádico. El masoquista pretende haber dado una respuesta segura, a aquello que inquietó a Freud toda la vida.

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Referencias:

  • [1] Krafft-Ebing ( 1955) Psicopatología sexual , Bs. As., El ateneo
  • [2] Freud, S.( 1986)  “Tres ensayos para una teoría sexual”  Obras Completas, Bs. As., Amorrortu editores, TIX, (trad.: J. L. Etcheverry)
  • [3]Bauman, Z., ( 2005), Amor líquido, Bs. As., Fondo de cultura económica, págs.80-81,( trad.: Rosenberg y Arrambide)
  • [4] “¡Franceses un esfuerzo más si queréis ser republicanos¡”  es el título del famoso texto que Dolmacé, prototipo del libertino sádico hace leer ante sus compañeros de orgía en el curso de La filosofía en el tocador
  • [5] Schejtman,F.,(2007)  “La liquidación de las perversiones”, en Ancla -Psicoanálisis y Psicopatología-, Revista de la Cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, n° 1, Buenos Aires,  págs. 13-34.
  • [6] Ons, S., (2009) Violencia-s , Bs.As. Paidós
  • [7] Freud, S;  “Lo inconsciente.”” El comercio entre los dos sistemas”, Obras completas, Bs. As., Amorrortu editores, T XIV. 1986 p .188.
  • [8] Vattimo.G.,( 1996)  Creer que se cree, pág. 66, Bs. As., Paidós,
  • [9] Maresca, S., (2011) “ Incursiones intempestivas políticamente incorrectas”, inédito.
  • [10] Schejtman, F., ob.cit.
  • [11]  Lacan, J., (1983)  “El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”, El Seminario, Libro 2, Buenos Aires, Paidós,   pág. 196.
  • [12] Dostoievsky, F., (1980)  Los demonios,  Barcelona, Bruguera, (trad.: L. Abollado )
  • [13] Sacher- Masoch (1983) La Venus de las pieles, Madrid, Alianza.
  • [14] Deleuze,G.,(  2002)  Presentación de Sacher-Masoch, Madrid, Editora nacional.
  • [15] Destaca Deleuze que las heroínas de Masoch estornudan frecuentemente. Cuerpos de mármol, mujer  de piedra, Venus de hielo, son  las palabras favoritas de Masoch.

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Fuente: Ons, S. (2013). Actualidad de las perversiones. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/columnas/actualidad-de-las-perversiones/12582

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