El bebe y el vínculo materno

El bebe y el vínculo materno
Foto: Lorena Márquez

Por Daniel A. Fernández

El ser humano se desarrolla a partir de una interacción dinámica y constante con el mundo, partiendo del reconocimiento de su propio cuerpo. Y ese conocimiento de sí mismo es paulatino y comienza desde el mismo momento del nacimiento (con las primeras sensaciones). Podemos decir que el proceso sensoperceptivo, en los primeros años de vida, es un constante interjuego entre las sensaciones que provienen del mundo exterior y del mundo interior, permitiendo constituir el esquema corporal –base de todo proceso psíquico y cognitivo–. La imagen corporal se irá construyendo así en la medida que nos relacionamos con el mundo. Justamente, en El yo y el ello, Freud S. (1923/1997) formulaba que en la génesis del yo no sólo actúa el sistema de percepción-conciencia sino también el propio cuerpo, ya que de éste parten simultáneamente percepciones internas y externas. Y debe tenerse en cuenta que el niño comienza por conocerse a sí mismo sólo a partir de poder diferenciarse de la madre, de quien depende en todo para su supervivencia.

Coriat L. (1983), haciendo referencia a los aspectos constitucionales del bebé, decía que en un principio de la relación madre-hijo el pecho de la madre se ofrece y el rostro del bebé gira por el reflejo de búsqueda, para succionar en una secuencia pausada y fija. Predomina en la quincena inicial la alineación óculo-troncal y, poco a poco, los ojos acompañan a la cabeza en sus seguimientos. Las manos y los brazos se flexionan ante el hambre y la ansiedad y se van relajando y extendiendo a medida que la mamada avanza. Los reflejos orales adquieren un sentido de aceptación, de plenitud, de estímulo. Son resignificados porque están allí; son como el trazo o el sonido para la palabra: su presencia brinda un enganche para que la actividad materna tenga un destino. El desarrollo del primer año de vida marca las características de la maduración neuropsicológica. Y en ese período se abandonan las conductas reflejas para ir construyendo, a partir de la relación del niño con su madre, conductas y comportamientos organizados.

Si tomamos el llanto inicial del bebé, vemos que es obviamente reflejo, puramente automático. Éste forma parte de las reacciones vitales más arcaicas del ser humano, pero va a repetirse sin interrupción ante cada situación de dolor e incomodidad que afecte a la criatura. Sólo a partir del primer mes de vida es posible notar diferenciaciones en el llanto que, puramente constitucional al comienzo, fue incorporándose a estructuras que paulatinamente lo llevan a adquirir la significación social que tiene para el mundo de los adultos. Esta pequeña secuencia evolutiva muestra cómo, sutilmente, a partir del modo en que quienes cuidan al bebé reaccionan ante su llanto (consolándolo, hablándole, acariciándolo, cambiándolo, alimentándolo, atribuyéndole dolores, abrazándolo, etc.), lo que fue una reacción automática se va transformando en un elemento de comunicación.

También es razonable destacar el valor afectivo que, en la relación madre-hijo, asumen las expresiones tónicas que brindan un sutil referencial para el engarce materno. La madre decodifica lo que el niño con su actividad expresa. Y esto se relaciona con la Función de Reverie que describe Bion W. (1991), por medio de la cual la madre puede comprender, por ejemplo, si el llanto del niño se debe a hambre o a enfermedad o al reclamo de algún otro requerimiento. Los códigos que la madre usa, integran el conocimiento inconsciente que ella tiene de esos elementos constitucionales del recién nacido. Y por eso la madre espera del niño cierto tipo de reacciones en concordancia con las acciones que ella ha efectuado previamente. Ella tiene una imagen global previa del niño en términos corporales, cuya confirmación irá a buscar una y otra vez en el contacto cuerpo a cuerpo. Se trataría de una especie de diálogo tónico.

Así se puede decir que la madre le informa al hijo sobre la confiabilidad de sus esquemas para conectarse con el mundo que lo rodea. Y también puede decirse que el hijo le informa a la madre, a través de sus respuestas, acerca del grado de adecuación de la actividad materna a sus sensaciones y a su estado interno.

 

 

La madre construye para el niño una imagen contenida en su subjetividad, pero esta imagen guardará una inevitable relación con los datos que el niño le ofrezca. La madre construye en el abrazo al hijo, en el mirar al hijo, en el contacto corporal con él, el perímetro de su imagen (perímetro que llegará del significado dado por lo que ella desea en el niño).

Si bien es cierto que en el niño no hay sujeto constituido desde el comienzo, sin embargo en la madre hay un sujeto para sí misma y otro para prestarle a su bebé. La intersubjetividad de la comunicación inicial madre-hijo, está dada por la intersección de la actividad materna con la actividad del niño. Y esta actividad del recién nacido tiene verdadera importancia en las características de esta relación.

Se debe tener presente que el estado de indefensión con el que nace un niño, su nivel de vulnerabilidad inicial, sólo pueden revertirse gracias a los cuidados que le prodiga su madre (o quien cumpla dicha función). Ella le transmite seguridad o angustia, lo protege o lo abandona a su propia suerte, se constituye en su agente de salud o en su agente de enfermedad mental. El estudio de esta primera relación con la madre es el camino obligatorio para entender las derivaciones del futuro psicológico del niño. No olvidemos que ya para Winnicott (1991) la implicancia materna en el desarrollo de todo ser humano era tan determinante que, justamente, dicho autor aseveraba que por miles de años la mayor parte de los bebés del mundo habían recibido una atención materna suficientemente buena y que, por eso mismo, había en el mundo más personas cuerdas que dementes. Por otra parte, también debemos tener en cuenta que, para que una madre pueda cumplir adecuadamente con su función de sostén, es ventajoso que ésta sea a su vez sostenida por un entorno familiar propicio.

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Bibliografía:

  • American Psychological Association. (2001). Publication manual of the American Pshychological Association (5th ed.). Washington, DC: Author.
  • Bion, W. (1991). Aprendiendo de la experiencia. México: Editorial Paidós.
  • Coriat, L. (1983). El lactante, desarrollo y maduración. Buenos Aires: Editorial Centro Dra.
  • Freud, S. (1997). El yo y el ello. En L. López Ballesteros (Trad.), Obras completas (Vol. 19, pp. 2701-2721). Buenos Aires: Editorial Losada. (Trabajo original publicado en 1923).
  • Winnicott, D. (1991). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador (1958-1963). Buenos Aires: Editorial Paidós.

Daniel A. Fernández
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