El amor desparejo

El amor desparejo
Foto: Roger Kirby

Por Daniel A. Fernández

(Extracto del libro “Sapos y Cenicientas – Una mirada psicológica acerca de las problemáticas del amor”, de Daniel Fernández. Ediciones Urano Argentina).

“Y vivieron felices y comieron perdices”, suele ser el final de algunos cuentos de hadas de tinte romántico. Claro que quienes escribieron dichos cuentos daban por sentado que a todos les apetecen esos pequeños plumíferos. Nadie reparó en que quizá las perdices no te gustan o que tal vez eres vegetariano. En resumidas cuentas, al hablar de felicidad no se puede generalizar. Lo que es bueno para otros tal vez no resulte tan bueno para ti. Esto significa que no hay reglas generales y que el concepto de felicidad es tan variado como personas hay. También un dicho popular asegura “contigo pan y cebolla”, como si para ser feliz en una pareja fuera suficiente con el amor y este justificara comer todos los días lo mismo y sufrir de halitosis. Lo cierto es que el amor es un sentimiento a veces frágil y la rutina puede desgastarlo con gran facilidad. Es probable que el pan y las cebollas, en la etapa del enamoramiento, resulten el mejor de los manjares; pero, como ya hemos visto, se trata de una etapa pasajera. Una vez que ese velo cae y quedas frente al otro cara a cara, el que emerja un amor real no implicará necesariamente hablar de incondicionalidad. Claro que esta idea romántica de amar y ser amados pese a todo, contra viento y marea, no importa que haya truenos y relámpagos, es una idea en extremo atractiva. Pero esto no la hace menos fantasiosa cuando se trata de vivir con los pies sobre la tierra. No importa cuánto hayas jurado en un altar ni cuánto hayas creído en el “hasta que la muerte los separe”. Lo cierto es que nadie puede adivinar el futuro y es en el transitar de una relación que las cosas cambian y lo que ayer aceptabas con gusto puede empezar a resultarte insoportable. Dicho de otra manera, será factible y humano que empieces a odiar a las perdices, que te hartes del pan y las cebollas y que la muerte te resulte demasiado lejana.

 

 

La incondicionalidad del amor suele ser una concepción bastante utilizada en diversos textos de autoayuda, sobre todo en los que se basan en supuestas teorías orientales de índole espiritual. Sin embargo es una concepción un tanto peligrosa si pretendes aplicarla a tu pareja. Por cierto, es indudablemente noble que sigas amando a alguien pese a que estén atravesando por penurias vinculadas a enfermedades, a problemas económicos, a conflictos externos e inevitables, etc. Pero si tomas el concepto de “incondicionalidad” y lo aplicas a tu relación valiéndote de su real significado, es decir dando sin esperar nada a cambio y amando aun cuando no seas correspondido, definitivamente estás en la antesala del sufrimiento. Salvo que aspires a convertirte en Buda o en la Madre Teresa, evita utilizar la palabra “incondicionalidad” y “pareja” en una misma frase. Si buscas en el diccionario el término “pareja”, verás que no solamente da cuentas de una relación entre dos personas. También significa igualdad, condición que no se cumple si te riges por la incondicionalidad.

No sólo en las relaciones amorosas sino además en otro tipo de relaciones (amistades y vínculos familiares), es justo y adecuado que cierto grado de condición se cumpla. Si alguien requiere de tu oreja para que tú lo escuches y contengas, es justo que él también haga lo mismo cuando seas tú quien necesita hablar. Si alguien te solicita un préstamo y tú accedes, será justo también que él te devuelva la gentileza cuando seas tú quien requiera de dinero. Si estás siempre disponible para asistir a esa persona que vive pidiendo de tu ayuda, es justo que cuando tú necesites auxilio también puedas contar con ella. Si tú estás para el otro cada vez que lo exige, ¿sería acaso justo que ese otro no estuviera para ti y en igual medida cuando tú lo requieras? No sólo no sería justo sino que además te sentirías defraudado. En efecto, no sería una relación pareja. Si satisfaces el lugar de prioridad que un otro te demanda, deberá estar dispuesto a colocarte a ti también como una prioridad en su vida. No es sano que te conformes siendo apenas una opción para ese otro. Cuando de relaciones se trata, incondicionalidad no es otra cosa más que amor desparejo.

Daniel A. Fernández
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