El duelo… después de un amor tóxico

El duelo… después de un amor tóxico
Foto: Ulrike Mai

Por Daniel A. Fernández

Es sabido que tras la pérdida de un amor, sobre todo cuando es el otro miembro de la pareja quien pone fin al vínculo, inevitablemente se deberá atravesar por un arduo duelo con picos de desesperación, profunda angustia e impulsos desenfrenados por volver a recuperar a quien ha decidido continuar con su vida sin nosotros. No obstante, este proceso de duelo se ve complejizado cuando la relación concluida tenía un alto componente tóxico.

Quien ha permanecido o aún permanece atrapado en lo que podríamos denominar un “amor tóxico”, suele sacrificar sus propios deseos e intereses personales siempre en pos de ese otro al que idealiza. Comienza por ceder en pequeñas cuestiones aparentemente sin importancia y, poco a poco, llega a vivir casi exclusivamente pendiente de las decisiones de ese otro. Ya no se trata de una relación de pareja, puesto que no tiene nada de parejo semejante relación. Uno se comporta como un amo y el otro como su devoto esclavo. Y claro está que las culpas siempre se dirigen hacia el mismo lado, el del intoxicado esclavo que no duda en asumir las culpas que le son atribuidas. Siempre habrá de ser él quien ceda, quien sacrifique sus deseos. A veces quien se ve esclavizado despierta de su letargo idílico y comienza a priorizar su deseo, rompiendo así las cadenas y liberándose. Otras veces, es el amo quien ya no considera funcional a quien le servía y decide que quien tanto lo amaba es prescindible.

 

 

Cuando esto último ocurre, quien es forzado a la liberación, puede que se sienta como el ferviente religioso que repentinamente es excomulgado sin motivos y sin explicación alguna. No se liberó por sí mismo como resultado del hartazgo y de un proceso reflexivo (darse cuenta), por lo cual sigue venerando a quien nunca mereció veneración. Y como su posición de esclavo continúa, aun cuando el amo lo haya descartado, en lugar de cuestionar a quien lo hizo a un lado opta por seguir asumiendo culpas que no tiene y reprochándose a sí mismo todo el tiempo. En este caso es que muchas veces un duelo se ve melancolizado, lo cual aniquila la autoestima y dificulta que la persona salga de la fase inicial de negación que es propia de todo duelo. El sujeto prefiere culparse a sí mismo antes que reparar en las culpas del otro, las que para cualquiera serían evidentes pero él no quiere ver. Y, desde luego, los deseos personales ya no existen, porque hasta entonces sólo habían existido en función del otro. Lo único que queda a esta persona es un profundo vacío.

Si bien, en los diferentes casos, cada duelo tiene sus particularidades, lo cierto es que en el tipo de caso mencionado es siempre fundamental que la persona deje de buscar las culpas en un espejo y empiece a entrever los defectos del otro. Y dado que su vida anterior estaba dispuesta en función de quien la ha dejado, debe comenzar por construir una nueva vida pero no en función de otro sino de sí mismo, para lo cual deberá descubrir y perseguir sus deseos individuales. Será con el tiempo y con el fin de no repetir jamás la historia, cuando ya la angustia haya mermado, que estará apto para interrogarse acerca del porqué aceptó semejante posición dentro de un vínculo.

Daniel A. Fernández
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