Sobre la demencia senil

Sobre la demencia senil
Foto: Stevepb

Por Daniel A. Fernández

La identidad es el conjunto de rasgos propio de un individuo que lo diferencia de los demás. Tener identidad es lo que nos permite saber quiénes somos, por lo tanto también qué deseamos y cuáles son nuestros propósitos en la vida. Sin identidad, no seríamos más que otro en el montón, autómatas que transitan aglomerándose y chocando entre sí sin ninguna singularidad que nos diferenciase. Buena o mala, mejor o peor, nuestra identidad nos hace únicos.

Es indudable que la identidad se va forjando desde los primeros años de vida. Infancia y adolescencia juegan un rol fundamental en la constitución de la misma. Sin embargo, es también un proceso que se sigue dando a lo largo de toda la existencia de un sujeto. Tiene que ver con nuestra propia historia y, por lo tanto, desde luego también con nuestra memoria. ¿En quién o en qué nos convertiríamos si no pudiéramos recordar quiénes fuimos? ¿En extraños para nosotros mismos y para los demás?.

Inevitablemente, los interrogantes formulados habrán de ponerse de manifiesto ante la presencia de lo que suele denominarse como “demencia senil”. Este tipo de cuadros clínicos, que afectan no sólo a la memoria sino además a distintos aspectos de la cognición, puede llegar a presentarse al ingresar en la tercera edad o durante su transcurso. Una de las demencias más conocidas, al menos a nivel popular, es la llamada “alzheimer”, pero en verdad hay diversa clase de demencias con características más o menos similares. Y si algo tienen en común es cómo y cuánto se ve afectada la memoria (sobre todo a corto plazo) y la velocidad en el procesamiento de la información.

Paulatinamente se van perdiendo conexiones neuronales, comenzando por las más recientes, y llegado cierto punto la persona se desconoce a sí misma y a los otros. El enfermo, con pequeños y cada vez menos frecuentes momentos de lucidez, puede en ocasiones ser consciente de que algo está afectando su memoria y capacidad de discernimiento. Sabe entonces que se está perdiendo, que deja poco a poco de ser quien fue para convertirse, repentinamente, en un angustiante interrogante. Claro que semejante situación lo desespera, al menos hasta que vuelve a ser aturdido por el delirio y por la confusión. Y a su vez, todos aquellos familiares y seres queridos que le rodean, sucumben también ante la angustia de verse ante un extraño que los desconoce. ¿Quién es esa persona tan distinta y por momentos agresiva? ¿Adónde fue a habitar el ser querido que ahora es apenas reemplazado por un cuerpo similar? Ya no hay memoria y ya no hay identidad. Alguien dejó de ser, y la confusión perturba en gran medida también a su entorno.

 

 

Si bien, en la actualidad, no existe una cura para enfermedades como el alzheimer, se debe tener en cuenta que sí existen tratamientos médicos que ayudan a sobrellevar la enfermedad. No obstante, como antes dijimos, no se trata de un mal que afecte sólo al enfermo sino también a su entorno. Y en tal sentido, es siempre conveniente que quienes conviven con alguien afectado por una demencia senil también cuenten con el apoyo psicoterapéutico necesario. Es vital que, ante la pérdida de identidad de ese ser querido, quienes lo rodean procuren no juzgarlo por su extraño comportamiento actual y que hagan uso de la memoria que ellos sí conservan sobre él. Esto no es, de ninguna manera, una tarea sencilla. Lidiar con estos enfermos y con nuestra propia angustia puede llegar también a confundirnos, perturbando nuestra capacidad de discernimiento y de acción. Resulta difícil comprender que aquel ser amado aún está, aunque no podamos verlo, aunque nos resulte irreconocible. Sencillamente se ha extraviado en sí mismo, y es imprescindible procurar reparar en él a partir de la memoria que nosotros sí conservamos.

Para prevenir la aparición de estas enfermedades, obviamente, es más que recomendable mantener una vida saludable. Esto, claro, involucra una buena nutrición y actividad física. Pero también, y fundamentalmente, ejercitar nuestro cerebro. Suponte, por ejemplo, que siempre vas de la casa al trabajo por el mismo camino. ¿Qué ocurriría si un día dicho camino está cortado y no puedes transitar por él? Deberías utilizar una ruta alternativa. Pero, por supuesto, si nunca la has utilizado puede que desconozcas cuál es esa ruta. Y, en el peor y más exagerado de los casos, te verás detenido y sin saber cómo viajar. Se ha perdido un camino y desconoces otro alternativo. Y algo similar acontece cuando se pierde una conexión neuronal, producto de una de las patologías mencionadas. Quien siempre hace lo mismo y de igual manera, no incorpora nuevos conocimientos y, por ende, no crea nuevas conexiones. Y dichas conexiones neuronales (rutas alternativas) pueden establecerse durante toda la vida. Es decir que quien más utiliza su cerebro, incorporando conocimientos y reflexionando, cuenta con más recursos (caminos) en caso de verse afectado por una enfermedad que afecte su memoria y cognición. Por lo tanto es más que recomendable poner a prueba nuestro cerebro, enfrentándolo al desafío de estar siempre dispuestos a llevar a cabo nuevos aprendizajes.

Daniel A. Fernández
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