Del “Cuerpo-Máquina” al “Cuerpo Entramado”

Del “Cuerpo-Máquina” al “Cuerpo Entramado”
Foto: Maciej Urbanek

Por Denise Najmanovich

Publicado en Campo Grupal N° 30, Buenos Aires, Diciembre 2001.

Los blancos deben estar locos: creen que se piensa con la cabeza.
Anónimo Indígena Sudamericano

Las concepciones usuales de la corporalidad se han caracterizado por un pensamiento que divide el conocimiento en compartimentos estancos. Esta forma de pensar ha limitado lo corporal a lo biológico, lo vivo a lo físico y esto a lo mecánico.

Para salir de este atolladero reduccionista quisiera comenzar esta reflexión sobre el cuerpo en la contemporaneidad retomando las sabias y bellas palabras que Jean Rostand pronunciara ya en 1939:

“En el momento actual el mecanicismo tiene una posición extremadamente sólida, y uno apenas ve qué puede responderle cuando, cuando en muchos de sus éxitos cotidianos, pide simplemente aplazamientos para terminar su obra, a saber, para explicar completamente la vida sin la vida.” [1].

Ha pasado más de medio siglo y los partidarios del mecanicismo siguen pidiéndonos postergaciones. A pesar de sus rimbombantes éxitos no han podido, ni podrán, finalizar su obra; por una razón que Gastón Bachelard describió de forma diáfana cuando afirmó que “Toda frontera absoluta propuesta en la ciencia es la marca de un problema mal planteado”. Pensar la vida sin la vida es contenerla dentro de unos cauces que ella misma se ocupa siempre de rebasar.

Descuartizado en “aparatos” y “sistemas”, aislado de su medio nutriente, el cuerpo se volvió antónimo del alma. El hombre se separó de la comunidad, la persona del organismo, la humanidad del cosmos. Sujeto y Cuerpo nacieron por un proceso de desgarramiento, de escisión de la experiencia en el pasaje de la sociedad campesina feudal a la sociedad urbana moderna. Este proceso requirió varios siglos y se fue dando en distintos ritmos, siguiendo diferentes itinerarios y expandiéndose a diversas dimensiones de la experiencia: desde los modales y protocolos sociales hasta las prácticas políticas, desde la experiencia espacial plasmada en la construcción de mapas y ciudades “planificadas” hasta las distinciones entre los ámbitos públicos y privados, de Galeno a la Medicina Experimental, pasando por la “De Humani Corporis Fabrica” de Vesalio, desde las “criaturas de Dios” al individuo. Todos los aspectos de la vida humana fueron moldeados por un estilo de pensamiento que escindió al sujeto de su cuerpo y al individuo de la comunidad.

Esta separación desgarradora entre el Sujeto y el Cuerpo fue una de las múltiples expresiones de un pensamiento que privilegia la sustancia respecto del proceso, la materia con relación a la forma, la estabilidad por sobre la transformación, la simplicidad mecánica a la complejidad de la vida. En la modernidad esta ha sido la perspectiva hegemónica y aún goza de amplia difusión. En la actualidad este pensamiento que permitió el desarrollo de un mundo rico y potente, se ha vuelto un chaleco de fuerza que nos impide dar cuenta de la experiencia contemporánea, seguir creciendo y producir nuevos sentidos. Afortunadamente, en las últimas décadas del siglo XX han comenzado a desarrollarse otros paradigmas, otras metáforas, y otros puntos de vista que están rompiendo ese cerco cognitivo y experiencial de la perspectiva dualista y que nos dan la posibilidad de ampliar, enriquecer y sofisticar el pensamiento y la vivencia de la corporalidad.

Hoy, cuando toda certeza parece esfumarse, sentimos que en el tembladeral en que vivimos resulta imprescindible pensar el cambio y adquirir herramientas conceptuales y vivenciales que nos permitan “navegarlo”. Desde la termodinámica a la antropología, de las teorías de autoorganización a la ecología, del pensamiento del sujeto hasta la teoría del conocimiento, ha comenzado a propagarse un nuevo enfoque que sienta las bases para un pensamiento dinámico capaz de dar cuenta del cambio en sus múltiples dimensiones: el de la complejidad.

Los mapas conceptuales del mecanicismo ya no resultan útiles. Necesitamos nuevas cartografías, y sobre todo nuevas formas de cartografiar: debemos buscar otros instrumentos conceptuales y crear nuevas herramientas que nos permitan movernos sobre territorios fluidos. En la contemporaneidad la complejidad se enlaza con la metáfora de la red, con la idea de interacción, con la perspectiva de la autoorganización. Desde esta mirada, es posible romper con el hechizo del dualismo, con la pesadilla de un mundo en blanco y negro, un mundo de oposiciones dicotómicas.

Las cosas no significan nada en si mismas, ni por si mismas, sino como bien lo ha mostrado Wittgenstein, adquieren sentido en la corriente de la vida. Aquello podemos pensar respecto de la corporalidad no es independiente de nuestra experiencia corporal, y nuestra experiencia nunca es meramente biológica. Lo que llamamos experiencia humana es algo que nos ocurre y que discurre en el ámbito social, que narramos a otros y a nosotros mismos en un lenguaje, algo que nos sucede en el espacio-tiempo en que nos toca vivir y que cobra significado y valor únicamente en función de nuestra historia sociocultural. El cuerpo es nuestra sede de afectación y el territorio desde el cual actuamos. No es solamente un cuerpo físico, ni meramente una máquina fisiológica, es un organismo vivo capaz de dar sentido a la experiencia de sí mismo.

David Le Breton en su exquisita “Antropología del cuerpo” ha sostenido que “el cuerpo moderno pertenece a un orden (…). Implica la ruptura del sujeto con los otros (una estructura social individualista), con el cosmos (las materias primas que componen el cuerpo no encuentran correspondencia en otra parte), consigo mismo (poseer un cuerpo más que ser un cuerpo). (…) Nuestras actuales concepciones del cuerpo están vinculadas con el ascenso del individualismo como estructura social, con la emergencia de un pensamiento racional positivo y laico sobre la naturaleza, con la regresión de las tradiciones populares locales y, también, con la historia de la medicina» [2] .

El sujeto carnal: afectos y efectos en un mundo vincular

El pensamiento de la unidad, de la pureza y del ser concibe los límites como absolutos e infranqueables. El modo de categorizar el mundo se estructura desde lo “claro y distinto”. Lo borroso, lo híbrido, lo irregular, lo fluctuante no tienen cabida. Desde esta perspectiva se ha encerrado al cuerpo en una piel-cápsula, con límites fijos y fronteras impenetrables. Estas metáforas han sido la base de toda una construcción de la noción de cuerpo, y en tanto tal han configurado también nuestras experiencias y establecido límites y posibilidades a nuestras vivencias y conocimientos

Para ir más allá de esta forma de construir mundo, experiencia y conocimiento podemos comenzar por reflexionar respecto al concepto de límite. Desde la mirada de la pureza el límite separa drásticamente un exterior y un interior, no hay comunicación entre la unidad formada y el medio que la circunda. Las fronteras son infranqueables, a estos límites insalvables he de llamarlos “límites‑limitantes”. Sin embargo, sabemos bien que no son la única clase de límites que somos capaces de concebir y vivenciar: las fronteras entre países son transitables, la membrana celular es permeable, la piel es porosa. En todos estos casos el adentro y el afuera se definen y se sostienen a partir de una dinámica de intercambios. Ya no estamos hablando de barreras insuperables, sino de la conformación de una unidad compleja (la célula, el organismo, etc.) a partir del establecimiento de límites que llamaré “límites fundantes”. Estos límites no son fijos, ni rígidos, no pertenecen al universo de lo claro y distinto: son interfaces mediadoras, sistemas de intercambio y en intercambio, se caracterizan por una permeabilidad diferencial que establece una alta interconexión entre un adentro y un afuera que no pueden definirse para siempre, sino que surgen en la propia dinámica vincular.

La unidad compleja que nace en y por la dinámica de interacciones no es una unidad como la entiende el pensamiento de la pureza que sólo acepta la homogeneidad, sino que se caracteriza justamente por ser una “Unidad Múltiple” [3] o para destacar más aún la paradoja podemos llamarla “Unidad Heterogénea” [4]. Éstas, como hemos mencionado, surgen en la dinámica de relaciones y su organización se mantiene y evoluciona “a través de múltiples ligaduras con el medio, del que se nutren y al que modifican, caracterizándose por poseer una autonomía relativa.”[5]. De esta manera lo propio no está escindido de lo ajeno, por el contrario están en mutua relación en múltiples dimensiones: no hay independencia absoluta, no hay escisión radical sino autoorganización de sistemas complejos en sus ambientes con y en los que coevolucionan.

 

 

Como podemos ver, esta forma de pensar destaca la dinámica vincular como la fuente de donde manan tanto los elementos como las relaciones de una unidad compleja que emerge en la propia dinámica. Ni los elementos, ni las relaciones, ni la unidad existen antes o independientemente de la dinámica que los ha parido. No hay un “a-priori”, un “modelo ideal” un “arquetipo”. Lo que encontramos son configuraciones vinculares, que por cierto no son tampoco tales por si mismas, ni para sí mismas, ni en si mismas, sino que se forman a partir de nuestra interacción, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de producir de sentido. Desde esta perspectiva vincular, el cuerpo no existe independientemente de nuestras vivencias, creencias, experiencias, no flota inmaculado en la eternidad, sino que es forjado en la historia humana que transcurre siempre en un ambiente poblado de otros seres y entidades con los que estamos profundamente entramados.

El cuerpo es la indispensable condición de posibilidad de nuestro ser en el mundo, de nuestra humanidad, de nuestra animalidad, de nuestra organización social.

La corporalidad es el territorio de nuestra autonomía, pero de ninguna manera implica esto una independencia absoluta. Se trata de una autonomía altamente ligada, de una autonomía en la relación. Esta forma de concebir la corporalidad supone que participar de ella implica también pertenecer a la temporalidad, ser en el devenir, existir en y por una dinámica de intercambios y transformaciones. Pero ya no se trata de un tiempo domesticado, lineal, único. Sino de una temporalidad multiforme que incluye ritmos diversos y evoluciones complejas, que acepta el azar y el acontecimiento como copartícipes en la dramática de la transformación.

Desde la perspectiva vincular el cuerpo no puede ser pensado como un recipiente que nos contiene, ni una muralla que nos aísla, es lo que se forma-deforma-transforma y conforma en el entramado de la vida. El cuerpo es su propia historia. Historia que no lo determina pero que lo condiciona tanto en sus posibilidades como en sus imposibilidades, puesto que toda forma tiene un linaje de transformaciones posibles. Somos como somos en la medida en que somos cuerpo, aunque, desde luego que no somos meramente seres corporales. Nuestra biología forma parte de nuestro peculiar estar en el mundo, pero la propia vida no está definida de una vez para siempre. En el interjuego de la trama corporal‑vital evolucionamos, nos transformamos, cambiamos.

Por otra parte esa biología no establece sólo una anátomo-fisiología particular para cada especie, sino que participa de un intercambio permanente de estímulos y reacciones, de afectos y efectos, de retroalimentaciones y escapes, de azares y mecanismos, que llevan a una organización evolutiva compleja del cuerpo embebido, atravesado, interligado con el medio.

Es en esta evolución que seres cada vez más complejos fueron manifestando nuevas y sorprendentes propiedades: de la irritabilidad del paramecio, a los deseos, la imaginación y la producción de sentidos humanos pasando por las sensaciones y emociones de los mamíferos. Las huellas de esta evolución no son en absoluto lineales, ni el camino recorrido tiene su cima en nuestra especie, pero aún así nuestra humanidad se inscribe allí.

Cuerpo: configuraciones de lo posible

La piel no sólo nos separa de los otros, es por ella, a través de ella, en ella que sentimos el contacto tibio del aliento de un ser querido, el frío de la nieve, la caricia de un amigo, los besos de un amante. Frontera porosa, permeable, vital en permanente recambio.

El cuerpo no es sólo el territorio propio sino el lugar de encuentro. Al salir del hechizo del modelo mecánico tenemos acceso a un ser humano que no se resigna a ser un autómata, que no está hecho de barro y soplo divino, pero tampoco es meramente un conjunto de átomos regidos por leyes eternas que siguen la música del diablillo de Laplace. Nuestro cuerpo se gesta en la biología, se desarrolla en el intercambio permanente de materia y energía con su medio ambiente, se forja en los encuentros afectivos con nuestros congéneres y otros seres, crece en un mundo de sentido, adquiere los hábitos de los juegos relacionales de nuestra peculiar cultura. El cuerpo humano es aquella organización que en su complejidad ha manifestado nuevas opciones en el mundo de la vida: la autoconciencia y el inconsciente, la razón y la imaginación creadora, el lenguaje y la pasión. Dotar de sentido a la experiencia es el eje vertebrante de nuestro devenir en el mundo.

Ahora bien, la filosofía de la escisión arrancó de cuajo a la razón del vientre vivo que la gestó, la sensibilidad fue “cortada” de la racionalidad, la emocionalidad separada del lenguaje, la imaginación arrancada a jirones de la autoconciencia. La concepción mecánica de cuerpo se limitó a las funciones biológicas y no pudo incluir ni a los afectos o a las emociones, ni a nuestra capacidad lingüística de significar, de imaginar y de crear nuestro mundo experiencial. El sujeto moderno fue un sujeto abstracto, pura razón incorpórea: una abstracción lógica.

Se trata entonces de tomar en serio el desafío de generar nuevas articulaciones, de pensar los diversos paisajes vitales en los pueda habitar un sujeto encarnado, profundamente enraizado en su cultura, atravesado por múltiples encuentros (y desencuentros), altamente interactivo, sensible y emotivo, en permanente formación y transformación co-evolutiva con otros sujetos y con el medioambiente.

Desde luego que desde esta perspectiva no se puede esperar –ni ofrecer- una nueva teoría sobre el cuerpo; ya que la concepción misma de “Teoría” nace de la escisión: teórico era aquél que miraba las olimpíadas, el espectador. Desde la perspectiva vincular es posible pensar, y es preciso hacerlo rigurosamente, extremar los recaudos, “encarnizarse en la erudición”, como le gustaba decir a Foucault. Y en este hacer podemos tejer narraciones, intentar comprender, crear hipótesis, componer nuevas configuraciones conceptuales, pero sabiendo que somos nosotros mismo los que le damos sentido en el hacer. No estamos afuera, no tenemos una perspectiva privilegiada, accedemos sólo a lo que nuestra conformación humana en activo intercambio con el entorno nos permite.

En este camino que hemos emprendido para ir más allá del cuerpo mecánico, para atisbar otros paisajes diferentes a los que nos presenta la filosofía de la escisión, nos acecha aún otro peligro: el del “giro lingüístico”. Me refiero a una tendencia importante en la investigación social que tiene a pensarlo todo en términos exclusivamente lingüísticos y a convertir toda la vida humana en mera literatura.

Todo es lenguaje en el mundo humano, pero de ninguna manera sólo lenguaje. El sentido no es algo que aprendamos como seres del lenguaje, sino como seres vivos. El sentido se adquiere “en los juegos del lenguaje en la corriente de la vida” [6]. Aprendemos a hablar siempre en el intercambio vital-corporal- emotivo‑cognitivo con otros. No es nuestra mente en conexión directa con un diccionario que dota de significado al mundo, sino nosotros como personas en nuestro medio social, embebidos en el lenguaje que es parte inextricable de un juego social que no podría nunca darse sin la corporalidad que nos entrama y que lo conforma.

Los que creen en la materialidad son como vacas
Los que creen en la vacuidad son peores
Anómino del Sahara

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Bibliografía:

  1. Rostand, J. “La Vie et ses Problèmes”, Flammarion, París, 1939. p 155.
  2. Le Breton, D. “Antropología del cuerpo”, Nueva visión, Buenos Aires, 1995. p
  3. Morin, E. “El método”. Vol I, Cátedra, Madrid, 1981.
  4. Najmanovich, D “El lenguaje de los vínculos de la independencia absoluta a la autonomía relativa”, en “Redes el lenguaje de los vínculos”, Paidós, Buenos Aires, 1995.
  5. Najmanovich, D “Pensar la subjetividad”, Campo Grupal N° 21, Buenos Aires, 2001.
  6. Wittgenstein, L. “Investigaciones Filosóficas”, Crítica, Barcelona, 1988.

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Fuente: Najmanovich, D. (2001). Del «Cuerpo-Máquina» al  «Cuerpo Entramado». Recuperado a partir de http://denisenajmanovich.com.ar/htmls/0600_biblioteca/descargas.php?id=160

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