Todos los caminos conducen a Freud

Todos los caminos conducen a Freud
Sigmund Freud (1856-1939)

Por Isela Segovia

Trazando un camino

La estructura de las teorías puede compararse con redes o tejidos cuyo entramado está constituido por leyes, principios y conceptos. Esta analogía también sirve para describir el funcionamiento de las teorías como redes conceptuales que permiten, según Popper, “apresar aquello que llamamos el ‘mundo’ para racionalizarlo, apresarlo y dominarlo”[1]. De esta manera, y siguiendo con esta línea de pensamiento, las teorías sistematizan un conjunto de conocimientos empíricos, por medio de un sistema de conceptos interrelacionados.

Las teorías, como producto, además, de un acto creativo, no pueden estar desvinculadas de sus creadores, de ese recorte que estos hacen de esa porción de “realidad” que les interesa explorar, describir, explicar. Tampoco pueden separarse de su historia personal ni del momento histórico y epistemológico que les ha tocado vivir. Menos aún pueden aislarse de sus motivaciones, en su mayoría inconscientes. En la construcción de una teoría se juega el deseo inconsciente.

El psicoanálisis, en tanto teoría, método y técnica, según lo concibe triplemente Freud, es inseparable de su autor, quien afirmaba que su vida sólo tenía sentido a partir del psicoanálisis. Es, asimismo, la historia de una gran pasión, sostenida a lo largo de muchos años; desde la renuncia a un saber médico que no le permitía dar cuenta del dolor del que le hablaban sus pacientes hasta la posibilidad de asumir que había que dar lugar a la palabra del sujeto para así escuchar lo que detrás de ese discurso se dejaba escuchar entrelíneas: la voz de lo inconsciente.

La construcción del edificio psicoanalítico no puede entenderse tampoco al margen de la transferencia: de los discípulos y seguidores hacia Freud, pero también del propio Freud hacia algunos de esos personajes que lo acompañaron, lo siguieron, lo cuestionaron, difirieron de él, hasta llegar a la separación, en algunos casos dolorosa. La historia del movimiento psicoanalítico está marcada por las rupturas: cuando no se encuentra un lugar dentro de ella y la posibilidad de asumir una nominación, el camino es la exterioridad.

Sostener el cuerpo teórico psicoanalítico fue posible debido al rigor en no ceder frente a las aportaciones que se alejaban o desviaban de aquello que Freud había elaborado como conceptos fundamentales, a partir de su práctica clínica. Sólo sería considerado psicoanálisis a los elementos de esa trama, tal como él los había concebido. De tal suerte que los discípulos apegados a la palabra del maestro podrían mantenerse cercanos a él; quienes optaron por distanciarse de esa palabra, fueron considerados disidentes.

Tras la muerte de Freud, en 1939, los analistas de la asociación por él creada, desmantelaron buena parte del edificio para hacer de él un psicoanálisis más aceptable, menos amenazante, ¿menos freudiano?… Retornar a la lectura de los textos como consigna, y “la restauración de la verdad en el campo abierto por Freud, denunciando las desviaciones que obstaculizaban su progreso”, era, en palabras de Lacan, el objetivo al fundar la Escuela Freudiana de París en 1964.

Más de 100 años después de haber sido “inaugurado” el psicoanálisis con la publicación en 1900 de La interpretación de los sueños, nos seguimos preguntando acerca de cuestiones vitales, que sostienen a una teoría y a una clínica, acerca de la transmisión y la transferencia. ¿Cómo mantener vivo al psicoanálisis si no es hablando de él?

 

 

El camino de la transferencia

La transferencia, ese lazo del paciente con el analista, que se instaura desde los primeros encuentros y que reactualiza los significantes que han sostenido sus demandas de amor en la infancia, deja ver que la organización subjetiva del individuo está regida por un objeto; Lacan lo llama objeto a.

Es a partir del abrupto final que tuvo el tratamiento catártico de Anna O. con Breuer, que Freud descubre y empieza a delinear su concepto de transferencia, además de renunciar a la hipnosis como método terapéutico. En el historial del caso Dora, Freud reconoce la incompletud del tratamiento justo por no haber arribado al análisis de la transferencia. La enuncia así: “¿Qué son las transferencias? Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico.” Y continúa: “Para decirlo de otro modo: toda una serie de vivencias psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino como vínculo actual con la persona del médico”[2].

Lo que en el análisis de Dora quedó como lo no dicho llevó a la ruptura prematura, así como el deseo de Freud de ver en el Sr. K y no en la Sra. K, el deseo de Dora.

Freud descubre también que la transferencia tiene dos aristas importantes; por una parte, posibilita al sujeto hablar, depositar su confianza en el analista y, en este contexto, intentar descubrir lo que le pasa. Pero por otra parte, puede convertirse en el lugar de las resistencias más empecinadas al progreso del análisis. De hecho, “domeñar los fenómenos de la transferencia depara al psicoanalista las mayores dificultades” lo que se haya compensado, de acuerdo con Freud, porque “brindan el inapreciable servicio de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes…”[3].

Existe un vínculo estrecho entre la transferencia y la resistencia, que Freud llama compulsión de repetir, ya que el analizante “no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace”[4]. La transferencia es una “pieza de repetición”, y “la repetición es la transferencia del pasado olvidado”[5]; aunque no sólo sobre el analista; también lo es sobre todos los otros aspectos de la situación presente. Mientras mayor sea la resistencia, mayor será sustituido el recordar por el actuar, es decir por la repetición. Sólo a través del análisis de la transferencia esa compulsión a la repetición se irá transformando en un impulso para recordar, para que el analizante se apropie de su historia.

En toda relación con el otro existe transferencia, pero sólo en la clínica psicoanalítica tiene un lugar esencial. Es la que moviliza el proceso. Lacan aborda y revisa el concepto repetidas veces a lo largo de su enseñanza, introduciendo variaciones en su modo de enunciarlo.

Por la inscripción de los tres registros imaginario, simbólico y real, en el proceso de estructuración del sujeto, es posible hablar del punto de partida de la transferencia y su lugar en la situación analítica. Lacan hace posible tener una visión diferente sobre la transferencia, pues, si bien retoma y trabaja los conceptos freudianos, lo hace precisando el hecho, basado en los tres registros.

La posición del analista durante la cura ocupa diversos lugares, ya que la transferencia se efectúa en los tres registros: “En el registro imaginario, el analista es otro, amado, odiado, venerado, temido. Dimensión narcisista y mortal de toda relación amorosa. Espejismo del amor… En el registro simbólico, el analista, Otro donde se dirige en última instancia la demanda. Lugar de la palabra, tesoro de los significantes… es supuesto por el sujeto saber la verdad… En el registro de lo real, desfallecimiento del Otro. Presencia del analista como presencia de la falta de objeto”[6].

La tarea del analista será no ceder a la tentación de colocarse en ese lugar del que conoce la verdad, sino actuar como garante de que utiliza un método, la palabra, con la cual la verdad del sujeto terminará tornándose evidente.

Y en la transferencia se encuentra, como discurso “enmascarado”, el discurso del inconsciente[7].

El camino de la institución

Tras varios años de soledad, Freud logra reunir en 1902 un grupo de seguidores con la finalidad de “aprender, ejercer y difundir el psicoanálisis.” La idea de Stekel, analizante de Freud, deriva en las reuniones de los miércoles donde se discutía determinados temas, se revisaba casos clínicos, siguiendo ciertas reglas. Esta primera sociedad tuvo a Otto Rank como secretario, considerado por él fiel auxiliar y colaborador.

Tiempo después, Freud lamenta dos situaciones que lo llevaron a alejarse internamente de esa Asociación Psicoanalítica de Viena: “No logré crear entre sus miembros esa armonía amistosa que debe reinar entre hombres empeñados en una misma y difícil tarea, ni tampoco ahogar las disputas por la prioridad a que las condiciones del trabajo daban sobrada razón”[8]. Asimismo, explica cual fue la razón para no tener una intervención más contundente frente a esto: “Yo mismo no me atrevía a exponer una técnica todavía inacabada y una teoría en continua formación con la autoridad que probablemente habría ahorrado a los demás muchos extravíos y aun desviaciones definitivas”[9].

Una de las adhesiones más apreciadas por Freud en ese tiempo fue la de la escuela de Zurich, en particular la de Jung. El primer encuentro entre ellos y otros estudiosos del psicoanálisis, realizado en Salzburgo en 1908, dio lugar también a la fundación de la primera revista de psicoanálisis (1909, Jahrbuch für psychoalytische und psychopathologische Forschungen). A partir de este encuentro, el interés por el psicoanálisis fue en aumento, aunque también las críticas al exterior del incipiente movimiento.

Con el segundo congreso realizado dos años después en Nuremberg, Freud forja el proyecto de crear, junto con Ferenczi, la Asociación Psicoanalítica Internacional (API), cuyo fin se estableció de la siguiente manera: “Cultivar y promover la ciencia psicoanalítica fundada por Freud en su condición de psicología pura y en su aplicación a la medicina y a las ciencias del espíritu; alentar el apoyo recíproco entre sus miembros en todos los esfuerzos por adquirir y difundir conocimientos psicoanalíticos”[10]. Alrededor de la figura de su creador, se gestaron transferencias apasionadas; no obstante, los hermanos no lograron mantenerse unidos en armonía. Se trataba, además, de preservar la autoridad de Freud con respecto a su teoría.

Los congresos se sucedieron en los años siguientes así como nuevas publicaciones. También surgieron las primeras disidencias. Dentro de ellas, las de Adler y, especialmente la de Jung, fueron las más importantes. El segundo, como sabemos, fue colocado por Freud en un lugar de poder con respecto a los otros, al ser considerado su sucesor, lo cual, evidentemente, generó fuertes tensiones.

En su texto de 1914, Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, Freud se empeña en demostrar que las ideas de ambos desmienten los principios del psicoanálisis, por lo que no pueden ser denominadas así. Las frases con las que termina este escrito son categóricas: “Sólo me queda desear que el destino depare un cómodo ascenso a quienes la residencia en el mundo subterráneo del psicoanálisis les ha provocado desasosiego. Y a los otros, que les sea permitido llevar hasta el final y sin tropiezos sus trabajos en las profundidades”[11].

Distinta fue la historia de los discípulos que aceptaron ocupar ese lugar frente al creador del psicoanálisis, quienes no se distanciaron de sus propuestas, y así no ser excluidos del círculo cercano, tales como Abraham, Jones o Ferenczi (por algunos años). Roustang señala que en esta “lucha de los discípulos por ser reconocidos como únicos por el maestro y, por tanto excluyendo en cierto modo a los demás, se ve multiplicada por la lucha del maestro a fin de mantener a los discípulos en su estado”[12]. Los separatistas encabezaron sus propios movimientos.

Pareciera que Freud no quiso detenerse a analizar lo que ocurría con las transferencias desatadas en la relación con sus seguidores. A algunos de ellos les negó la posibilidad de analizarse con él. Sin duda, todo esto influyó en la historia del movimiento psicoanalítico. Sin embargo, esa historia se vio reflejada también, en la escritura de algunos textos tales como Tótem y tabú, la Contribución…, Psicología de las masas y análisis del yo e incluso puede hallarse un paralelismo con ciertos pasajes plasmados en ellos y la conformación de la institución psicoanalítica: los hermanos de la horda primitiva acabarían matando al padre y devorándolo, para después erigirlo en una figura poderosa; las facciones al interior de la API se asemejan a las dos masas artificiales, la Iglesia y el Ejército, en su fidelidad al fundador y la sumisión a un único jefe y en el rechazo a los disidentes, como señala Roustang.

Camino final

Lo no dicho, retorna como síntoma; lo no analizado tendrá efectos, así como la transferencia no elaborada limitará la producción de un saber, del deseo inconsciente. En la institucionalización del psicoanálisis se instauró un discurso del amo y el aparato para transmitirlo fue la API. De ese modo, subraya Azouri, “la transmisión institucional de la teoría analítica toma el sesgo de una transmisión científica reprimiendo el sujeto del inconsciente y velando el acceso a la enunciación de Freud…” No obstante, “si el análisis no puede transmitirse como una ciencia es porque la enunciación de Freud habita sus enunciados. Por lo tanto la API, al institucionalizar la transmisión del psicoanálisis, ha hecho correr un riesgo suplementario a los enunciados de Freud: el riesgo de su dogmatización”[13].

Y esa es justamente la crítica que lanza Lacan hacia la institución psicoanalítica cuando habla de la situación del psicoanálisis en 1956, cien años después del nacimiento de Freud. Da cuenta de las deficiencias teóricas y de los correspondientes defectos de la enseñanza del psicoanálisis en aquella época. Describe la forma de ejercer la autoridad en la institución psicoanalítica como una enorme arrogancia. La llamó Suficiencia y la caracterizó como la que corresponde a una sociedad de amos y de aspirantes a estos. Aunque la herencia freudiana estaba sometida a fuerzas de disociación, la institución psicoanalítica internacional se mantenía unificada artificialmente. Y señala al final que ”A medida, en efecto, que la comunidad analítica deje dispersarse más la inspiración de Freud, ¿qué, sino la letra de su doctrina, la haría caber todavía dentro de un solo cuerpo?”[14].

Mantener la palabra viva. Leer y regresar a los textos. No desconocer la historia y enunciar sus tropiezos. Reconocer que si somos o queremos ser analistas “tendremos que analizar nuestra transferencia a Freud, pasar por la interrogación de sus escritos, que no deberemos tomar como palabra de evangelio, sino como el lugar en el que se encuentran y se proyectan nuestros fantasmas y nuestros deseos con los de Freud…”[15], recomienda Roustang.

Finalmente, recordemos que el psicoanálisis supone un modo específico de transmisión, no sólo por tratarse de una praxis y una teoría, pues existen, según Mannoni, “razones más profundas, en particular el que no esté pura y simplemente constituido por un saber y menos aún por una técnica, y el que tenga por objeto propio la relación que el saber mantiene con el inconsciente”[16]. Y esto es el fundamento de su existencia.

Los lazos entre psicoanalistas son viables si en ellos hay lugar a la palabra y a la producción, si no desconocemos el punto de partida y transitamos sus caminos.

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Referencias:

  1. Popper, Karl, La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos, 1980, pág. 57.
  2. Freud, Sigmund, “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (1905 [1901]), Obras Completas, Bs. As., Amorrortu, 1974, Tomo VII, pág. 101.
  3. Freud, Sigmund, “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), Obras Completas, Bs. As., Amorrortu, 1974, Tomo XII, pág. 105.
  4. Freud, Sigmund, “Recordar, repetir, relaborar” (1914), Obras Completas, Bs. As., Amorrortu, 1974, Tomo XII, p.p. 151-152.
  5. Ibíd., pág. 152.
  6. Susana Bercovich, “Lo cura de amor”, en La clínica del amor, México, Fundación Mexicana de Psicoanálisis, 1992, pág. 29. Volumen a cargo de Néstor Braunstein.
  7. Lacan, Jacques, El Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud, Bs. As., Paidós, 1991.
  8. Freud, Sigmund, “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” (1914), Obras Completas, Bs. As., Amorrortu, 1974, Tomo XIV, p.p. 24-25.
  9. Ibíd., pág. 25.
  10. Ibíd., pág. 43.
  11. Ibíd., pág. 64.
  12. Roustang, François, Un funesto destino, México, Premiá, 1990, pág. 11.
  13. Azouri, Chawki, “He triunfado donde el paranoico fracasa”. ¿Tiene la teoría un padre? Ediciones de la flor, 1991, pág. 187.
  14. Lacan, Jacques, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”. Escritos 1, México, Siglo XXI, 1990, pág. 472.
  15. Roustang F. Op. cit., pág. 30.
  16. Mannoni, Octave, La otra escena. Claves de lo imaginario, Bs. As., Amorrortu, 1997, pág. 87.

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