Autoestima, terapia y autoconocimiento

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Foto: Jim Jackson

Por Álvaro Morales

Para definir autoestima debemos tomar algunas ideas de varios psicólogos humanistas. Cabe nombrar a alguno de los principales exponentes. Carl Rogers (2000): “…lo que soy bastaría si lo fuera honestamente” (p.22); “Soy más eficaz cuando puedo escucharme con tolerancia y ser yo mismo” (p.23). Fritz Perls (1987), que criticó la evitación de los aspectos no “agradables” de uno mismo, así como depender de la alabanza de otros para decidir cómo sentirnos con nosotros mismos. Y Abraham Maslow, que planteaba la autoestima en términos de congruencia y autorrealización personal, no de autovalía. Para estos autores, autoestima hace referencia a una verdadera relación de amor con uno mismo, en la que el individuo se responsabiliza de sus propias necesidades y limitaciones, y se conmueve en un contacto genuino y honesto consigo mismo, entendiendo su propio dolor y aceptando sin juzgarse, sin condiciones, a sí mismo en términos globales, y no en una serie de variables o elementos donde establecer una competencia. En este sentido, el principio socrático de «Conócete a ti mismo» avanza hacia «Reconócete a ti mismo». Estimarse a sí mismo implica conocerse, porque no sólo se estima lo positivo. Es necesario reconocerse tal cual se es, y reconocerse en relación a los demás. En esa distancia, y por ella, se ha construido una máscara con tan sólo los aspectos positivos, quedando lo otro como algo oculto, oscuro, negativo, asociado a lo inconsciente.

Para los psicólogos humanistas, pero también para autores clásicos como Jung, esta negación de una parte entera del psiquismo y de la personalidad, es la principal causa de los desequilibrios asociados a la patología. La salud mental, la felicidad y todos los aspectos positivos vinculados a la existencia, llegan como una consecuencia cuando el individuo está integrado, cuando ha conseguido conocerse y admitirse en su completitud. A este respecto Jung formula el concepto de proceso de individualización: aquel que engendra un individuo psicológico, es decir, una unidad aparte, indivisible, un todo (Matton, 1980). Se trata del proceso por el cual el ser humano se convierte en una personalidad indivisible, a través de la integración de contenidos conscientes e inconscientes. La importancia que le da a los sueños la psicología junguiana, reside en que su interpretación permite incorporar elementos inconscientes a la conciencia. Y en este sentido, la técnica analítica es el proceso singular mediante el cual los contenidos conscientes e inconscientes pueden reunirse y reconciliarse. Heinrich Racker sostiene una posición similar a la de Jung: “En este sentido la técnica analítica es, como ya he mencionado, un método para llegar a ser lo que se es, puesto que no hace otra cosa que intentar devolver al ser lo que es suyo y lo que, en el camino de su vida, en el interjuego de conflictos internos y sucesos externos, él había perdido o no había podido desarrollar” (1959, p.29). A través de la terapia intentamos superar la desunión del individuo consigo mismo. Curarse es integrarse. Racker sostiene el punto de vista clásico desde donde el principio de toda técnica analítica es el “conócete a ti mismo” socrático. “…los fenómenos patológicos propiamente dichos como las perturbaciones de carácter, de las relaciones del ser con el mundo (con las personas y las cosas), su infelicidad, su angustia y sus dificultades de trabajar y gozar, son el efecto de una sola y compleja causa: el desconocimiento de sí mismo” (1959, p.29). Carl Rogers describe la terapia psicológica como una forma de fortalecer la autoestima.

Creemos ver un vínculo entre el concepto humanista de autoestima y el principio básico de “conócete a ti mismo”. Autoestima es conocerse a sí mismo en la mayor extensión y profundidad posibles; y su fortalecimiento es un proceso que conduce a la salud mental y a la felicidad. Una buena autoestima implica un conocimiento profundo de sí mismo. Desarrollar la autoestima es una tarea de buceo, de introspección en las profundidades de nuestro propio psiquismo. Conocerse a sí mismo, no en el sentido intelectual, sino en el de “una plena aceptación en la conciencia y en el sentir de todo aquello del propio ser que antes ha sido rechazado patológicamente” (1959, p.29), produce un nivel de autoestima más elevado. Podríamos declarar a modo de aforismo: el que no se quiere a sí mismo es porque no se conoce. Conocerse, en el sentido de aceptar nuestros defectos, de ser conscientes de las razones profundas de nuestros fracasos, de entender la funcionalidad de nuestros síntomas, reduce la distancia entre nuestros elementos conscientes e inconscientes, integra lo disgregado, aleja el horizonte de nuestro rango de acción, amplía el espectro de actividad y aumenta nuestra autoestima.

 

 

Abraham Maslow establece una distinción entre psicoterapia y movimiento de potencial humano. Sostiene que la psicoterapia termina con las frustraciones de las necesidades primarias, físicas, de seguridad, y de pertenencia. El movimiento de potencial humano apunta a colmar las necesidades superiores, relativas a la plenitud, al crecimiento personal, al desarrollo del potencial inexplorado, a la creatividad. No sólo se enfoca en el bienestar humano, sino a su “ser-más” (Wilson, 1979). Dentro de esta idea se soslaya una crítica, muy similar a la que hace Nietzsche a la psicología. Nietzsche sostiene que la psicología hace un recorte de la totalidad de la psique humana, dejando por fuera todo lo trascendental. Creemos que uno de los grandes logros del Freud fue tomar un gran bagaje de conocimientos de diverso origen pero más que nada filosófico y metafísico, y traducirlos a un lenguaje que pudiera ser aceptado por el paradigma positivista en auge durante su época. Así, ideas muy cercanas a los conceptos de alma, espíritu, esencia, trascendencia, fueron traducidos a otras con los nombres de inconsciente, ello, yo, superyó y conciencia. Este afán de traducción, abandona cualquier contacto con lo metafísico. Lo trascendente se reduce a la satisfacción de un deseo.

Pero podríamos incorporar la idea maslowiana de “ser-más” a la idea de conocerse. Así, conocerse no sólo implica un movimiento constante de migración de contenidos inconscientes hacia la conciencia, sino también la exploración de lo desconocido, de potencialidades nuevas y variantes, de combinaciones creativas. Para Maslow parece haber una relación directa entre creatividad y autoestima.

Eric Berne (1964), demuestra que una persona marcada por una autoestima débil tendría tendencia a manipular su entorno exagerando su debilidad o autoridad. Por el contrario, una persona dotada de una alta autoestima no necesita valerse de manipulaciones sociales, puede mostrarse honesta y auténtica. Una persona con alta autoestima se adapta a la situación, no intenta manipularla. Alguien con baja autoestima, está permanentemente aterrado por la perspectiva de cometer errores. La manipulación de la realidad, la obsesión por el control de todas las variables, esa fantasía, tiene por objeto la esperanza de encontrar posibles culpables de posibles pero seguros errores.

Alfred Adler (1984) sostiene que todos los seres humanos experimentamos desde el comienzo sentimientos de inferioridad porque venimos a un mundo ya poblado por seres más grandes y más fuertes. Este sentimiento de inferioridad define nuestra baja autoestima.

Creer que lo que tenemos nos define, que lo que hacemos y lo que somos son lo mismo, es una ficción que debilita la autoestima. Carl Rogers (2000) explica que en nuestra sociedad, la valía individual es el principal factor de reconocimiento. Desde muy jóvenes asociamos que el “hacer bien las cosas” implica alguna clase de premio. Así, los que hacen bien las cosas merecen que les vaya mejor; y por lo tanto, que nos vaya mal significa que no hemos hecho las cosas como era necesario. Sin embargo esto no hace que las personas “buenas” sean felices, a veces todo lo contrario. ¿Pero quién determina qué es hacer algo bien? En los individuos con un buen nivel de autoestima, siempre son ellos los que deciden hasta cuándo/cuánto hay que hacer algo para “hacerlo bien”; por encima de estándares y de convencionalismos. Pero las personas con bajo nivel de autoestima empiezan a quererse cuando cumplen con los criterios que otros les aplican. Y como estos estándares no fueron creados tomando en consideración las necesidades individuales, es cada vez más frecuente el que no podamos complacer esas exigencias y, por tanto, no logremos un buen nivel de autoestima. En nuestras vidas de adultos, es difícil conseguir un premio por cada cosa que hacemos bien. Sin embargo estamos acostumbrados a recibir algún tipo de reconocimiento, y el no obtenerlo suele ser una fuente intensa de frustraciones.

Una persona con baja autoestima se compara en forma permanente con los demás, él «es» en comparación a los otros. De esta forma deposita su autoestima en el exterior, la saca de sí. Esto le genera el interés de rodearse de personas que considera inferiores, teme y envidia el talento ajeno, no comprende el arte que le da una imagen difusa de una belleza lejana y utópica. Asociar nuestra autoestima con factores que no dependen de nuestra voluntad es generar ansiedad y angustia. La frustración resultante alimenta el sentimiento de baja autoestima, ineptitud o poca valía, y forma un círculo que se retroalimenta.

La autoestima es una necesidad indispensable para el ser humano, para su desarrollo normal y sano. Está relacionada con la supervivencia y con el proceso de la vida. Cuando se posee actúa como «el sistema inmunológico de la conciencia, dándole resistencia, fortaleza y capacidad de regeneración» (Branden, 1993, p.34). Cuando nuestra autoestima es baja, también lo es la resistencia a las continuas fuentes de frustración que nos ofrece el roce con el mundo. Somos vencidos por circunstancias que una autoestima más positiva hubiera podido superar. Estamos más enfocados en evitar el dolor, la vergüenza, la humillación, que en disfrutar las pequeñas maravillas que a cada paso nos ofrece la vida.

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Bibliografía:

  • Adler, A. (1984). El carácter neurótico. Barcelona: Planeta-Agostini.
  • Berne, E. (1964). Juegos en que participamos. México: Editorial Diana.
  • Branden, N. (1993). El poder de la autoestima. Barcelona: Paidós.
  • Matton, M. (1980). El análisis junguiano de los sueños. Buenos Aires: Paidós
  • Perls, F. (1987). Sueños y existencia. Santiago de Chile: Cuatro vientos.
  • Racker, H. (1959). Estudios sobre técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós.
  • Rogers, C. (2000). El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós.
  • Wilson, C. (1979). Nuevos derroteros en psicología. La psicología de Abraham Maslow. México: Editorial Diana.

Álvaro Morales
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