Amor y límites: una alianza imprescindible

Amor y límites: alianza imprescindible
Foto: Pixabay

Por Juliana Craigdallie Allende

Los hijos no vienen con el manual de la perfecta crianza saludable. Hasta ahora, no se diseñó la máquina en la cual programar un baño con lavado de pelo y peine fino, cepillado de dientes + hilo dental + enjuague bucal, deberes de Matemática y de Lenguaje o desarmado de mochila de campamento. En los talleres con madres y padres, hablamos de los «niños en bandeja», con todo servido y digerido por los “padres multi- procesadora.” Esos hijos son propensos a desarrollar lo que denomino «trastorno generalizado de las pautas de crianza». Estos son conceptos que se generaron en mi experiencia de 26 años de trabajo con niñas, niños y sus familias

Madres y padres preguntan a menudo cuál es el error más común al momento de pautar límites. Los más comunes son la repetición («Hoy no vas al cumpleaños de F», «Mañana no vas al cumpleaños de M»), la imposibilidad de cumplir lo postulado (» Hoy no cenás», » Te quedás sin vacaciones»), amenazar en nombre de un tercero o de un ente intangible («Vas a ver cuando venga …», «Papá Noel y los Reyes te están mirando»), la comparación («A tu edad tu hermana …», » Tu primo sí sabe…»), y el chantaje (“ Si comes todo te compro …”). También destaco la visibilidad por parte de los niños de discrepancias en pautas de crianza: cuando el padre y la madre opinan distinto en un mismo tema, la discusión debe ser sin el hijo como testigo. Lo mismo se sugiere cuando hay multiplicidad de referentes adultos que pautan normas diferentes para el mismo asunto. A modo de ejemplo: cuando los abuelos están a cargo de la niña o niño, es vital que todos los adultos coincidan en aspectos esenciales de la crianza.

 

 

Por otro lado, hay una negativa tendencia a resguardar a niños y niñas de las pequeñas frustraciones cotidianas, imprescindibles para el fortalecimiento de diversas capacidades, entre ellas la negociación y la auto-estima. A modo de ejemplo: servirles siempre primero en la mesa, dejarles siempre ganar al jugar con alguien mayor, vestirlos y desvestirlos cuando tienen la edad para hacerlo por cuenta propia, armarles y desarmarles siempre la mochila y la vianda. Por sobre todo, no permitirles esperar por miedo al capricho, al berrinche, a la pataleta en público, al “qué dirán”. Todo el tiempo vemos niños o niñas con un celular en la fila del supermercado, en la sala de espera del pediatra o en el ómnibus. Con tal de que no hagan ruido, cualquier pantalla vale.

A nuestra sociedad pos – dictadura le cuesta marcar límites. Democracia y disciplina parecen antónimas. Ponerle límites a un hijo suena a reprimirlo. ¿Y qué? Si no se reprime al bebote que toca un enchufe cuando empieza a caminar, si no se pone un límite a la bebota que gatea y toca el horno caliente, es fácil prever las consecuencias. Sentar al bebé en su sillita correspondiente en el asiento trasero, y bajarlo del auto por el lado de la vereda, son actos de amor consciente. Si llora, grita, o patalea, el adulto a cargo debe mantenerse firme. Lo contrario implica que el bebé sea el primer expulsado por el parabrisas al chocar, o que atropellen al adulto con el bebé en brazos al bajarlo del auto.

El límite seguro es claro, afectuoso, persistente y coherente. El adulto siempre debe tener claro que es quien posee el poder, pero jamás, en ninguna circunstancia, ejercerlo de manera arbitraria ni humillante. En la escuela se enseña a los grandes a cuidar y defender a los chicos. ¿Por qué no se sigue la misma pauta en todos los hogares? A los hijos sólo se les levanta la mano para acariciarlos. De esta forma, el niño o niña siente que su referente significativo adulto lo ama, y busca guiarle con seguridad y amor. Educar da trabajo, criar da trabajo. La crianza es el trabajo más maravilloso, y por momentos el más agotador. De ese trabajo no remunerado depende la salud familiar, escolar y ambiental. De todos nosotros depende la salud de nuestra sociedad.

Juliana Craigdallie Allende
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