Adolescencias 2.0: cuerpos y miradas en la era digital

Adolescencias 2.0: cuerpos y miradas en la era digital
Foto: Stokpic

Por Eduardo Velázquez

Time Magazine es una revista norteamericana de información general que se publica semanalmente desde 1923 con diversas ediciones en todo el mundo (“Time”, 2016). Una de las secciones de mayor repercusión es la “Persona Time del año”, en el cual se selecciona a un individuo, o grupo de personas, que han influido durante los 12 meses previos. Figuras como Barack Obama en 2012 y 2008, Vladimir Putin en 2007 y Bono en 2005, pasando desde los luchadores contra el Ébola en 2014 y Adolf Hitler en 1938, han sabido formar parte de este selecto repertorio, el cual es elegido por el equipo de la publicación y hasta por usuarios a través de Internet en los últimos tiempos.

En el año 2006, Time Magazine dedicó su personalidad del año a alguien, hasta el momento, inimaginable: la persona Time del año… ¡es Usted!; “Si, usted… usted controla la era de la información. Bienvenido a su mundo” (Grossman, 2006).

De esta forma, Time Magazine (2006) ponía en el centro, no a la figura pública, al actor o al Presidente, sino a usted -o a mí-; quedaba atrás el paradigma del sujeto individual, autónomo, aislado, por otro que tenía que ver con lo social, la dependencia y la hiperconexión (Balaguer Prestes, 2008). Se exponía aquel sujeto atravesado por las tecnologías de la era digital.

Time (2006) ponía en el centro lo que es innegable para todos: el sujeto atravesado y construido por lo digital. Es imposible pensar hoy en día acerca de las nuevas subjetividades sin tener en cuenta el impacto que las Tecnologías de la información, o TIC, poseen en niños, adolescentes y adultos (Castellana Rosell, Sánchez-Carbonell, Graner Jordana, & Beranuy Fargues, 2007).

Vivir en línea: las nuevas subjetividades

Nuestra realidad se construye a partir de artefactos tecnológicos que tienen una impronta sin precedentes en la vida cotidiana, interviniendo en los procesos vinculados con la construcción de subjetividad, que no es otra cosa que referirnos a definición de sentido, en qué medida afecta nuestros vínculos o como nos reconocemos ante los otros (Ramírez Grajeda & Anzaldúa Arce, 2014).

La tecnología, como proceso performativo, es una ventana siempre abierta que nos expone a miles de personas, produciendo cuerpos que son compatibles con una nueva forma de estar en el mundo (Sibilia, 2009), generando profundos cambios en nuestra sociedad, así como en aquellos procesos que son responsables de la construcción de nuestra identidad y nuestra forma de socializar. Los referentes sociales que funcionaban como organizadores de nuestra psiquis han sufrido profundos cambios a partir del atravesamiento de lo digital (Viñar, 2009). Las TIC modifican todo lo que refiere a construcciones culturales, nuestros roles y hasta crean nuevas formas de vivir nuestra sexualidad; nos obliga a dejar atrás convenciones tradicionales (Scott, 1996).

El siglo XXI, marcado por esta pantalla global que nos contiene, nos provee nuevas formas de relacionarnos con los demás, de vincularnos con la imagen de nosotros mismos; en ambos casos, tal vez de forma más artificial o fugaz, pero actual y real (Ramírez Grajeda & Anzaldúa Arce, 2014).

El acceso a la información, los dispositivos y otras mejoras tecnológicas provocaron un crecimiento exponencial de usuarios en todo el mundo, creando nuevos espacios dónde es posible conectar y socializar; pertenencia y sostén cobraron, dentro del mundo digital, nuevos significados (Balaguer Prestes, 2008).
Lejos de la imagen de pasividad que la década del 90 parecía brindarle a los usuarios que navegaban por Internet, el nuevo siglo nos trae el concepto de “Web 2.0”, dónde los sujetos son co-desarrolladores de los contenidos que la pueblan (Sibilia, 2009). Wikipedia, Facebook, Youtube, Twitter, Blogger, Instagram y tantas otras redes existentes son el reflejo del trabajo colaborativo de la actualidad, construyendo contenidos en base a la participación activa de sus integrantes.

Nuevos sujetos y realidades estaban apareciendo, y desde la generación X a los Millenials, todos somos presas de este vértigo digital que promete continuar modificando nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos con el mundo.

 

 

Adolescencia y tecnología: nuevos entramados

La adolescencia, como cualquier otra construcción presente en nuestra sociedad, sufre las transformaciones de la cultura en la cual está inmersa (Viñar, 2009), por lo tanto, no es ajena a aquello que se promueve a partir de la inclusión de lo digital.

Más allá de ser tomada como una etapa de índole cronológico en la vida de todo ser humano, debe observarse como un proceso asociado al desarrollo y a las transformaciones (Viñar, 2009), construyendo su identidad de manera colectiva de la mano de las TIC y de los nuevos espacios que las redes brindan (Cárcamo Ulloa & Nesbet Montecinos, 2008). Palabras como comunidad y pertenencia, tan importantes durante la adolescencia, adquieren nuevos significados en este nuevo contexto, dando la sensación a los jóvenes de pertenecer a muchas comunidades, y de participar de una intercomunicación impensada en décadas anteriores (Ramírez Grajeda & Anzaldúa Arce, 2014).

Las adolescencias, atravesadas por la tecnología, han visto modificado vertiginosamente sus procesos de comunicación en relación a generaciones anteriores, dando a lugar a nuevas modalidades en la cual se puede formar parte del mundo (Sibilia, 2009). Muchas veces caemos en el error de evaluar anacrónicamente esta nueva forma de relacionarse, tildando a estos usuarios como solitarios o aislados, cuando en realidad tienen una apertura al mundo mayor a partir del uso de estas herramientas (Balaguer Prestes, 2008).

El teléfono, lejos de ser el elemento de comunicación de antaño, da lugar a la mensajería instantánea (Cárcamo Ulloa & Nesbet Montecinos, 2008), a la comunicación directa entre individuos, sin horario, perpetua y hasta con la certeza de la recepción, lo cual nos habla de una realidad que apuesta a dejar atrás el mundo analógico/offline.

El celular se convierte en un elemento que es parte importante de la vida cotidiana del adolescente. Por un lado, desde lo funcional, aparece como herramientas que le permita organizar sus actividades diarias desde lo lúdico a lo académico, pero también hace a su propia identidad: desde lo externo, a partir de la personalización del dispositivo -fundas, colores, ringtones, etc- pero también desde la construcción de significado, ya que permite generar lenguajes particulares dirigidos a grupos de pertenencia específicos (Castellana Rosell, Sánchez-Carbonell, Graner Jordana, & Beranuy Fargues, 2007).

Paula Sibilia (2009) hace referencia a que el siglo XXI nos brinda nuevas formas de autoconstruirnos desde lo digital, presentando un yo más “epidérmico” que se exhibe, no solo en la superficie de la piel, sino también en la superficie de las pantallas. El cuerpo sería un objeto plausible de ser diseñado, exhibiendo la personalidad de cada uno, no desde lo que es, sino desde lo que cada uno desea ser. El “yo ideal” debe volverse visible, siempre en búsqueda de un único gran objetivo: los me gusta, los retweets, de ser visto por otros.

Dicho de otra forma, compartir es asegurar la existencia de cada uno dentro del mundo digital (Balaguer Prestes, 2008).

 

 

Los perfiles digitales: el nuevo paradigma

Si bien los 90 fueron una década cargada de promesas que llegaban de la mano de Internet, la televisión continuaba siendo el elemento mediático por excelencia. En la actualidad, las formas en que consumimos contenidos se han visto modificadas, dando lugar a nuevos perfiles de usuario que se adaptan a estas realidades. El correo electrónico, si bien sigue siendo utilizado, ha cedido el trono a la comunicación instantánea como Whatsapp o Telegram; la prensa escrita y hasta la digital han perdido terreno frente a los bloggers o youtubers; los consumidores de televisión y cine ya no esperan el contenido de forma pasiva, sino que apuestan a las transmisiones a demanda donde Netflix parece ser el rey indiscutible del momento.

Nuevas adolescencias y nuevas tecnologías nos llevan a hablar de diferentes perfiles de usuarios, tantos y tan variados como usuarios hay en el mundo. Me gusta pensar que hemos perdido “el diario del lunes”; el bombardeo constante de información nos da la pauta que las tendencias no se mantienen por demasiado tiempo, y aquello que fue “trending” ayer desaparecerá mañana, siendo un desafío a la hora de pensar en políticas educativas, productos de consumo y hasta en formas de comunicación con el público objetivo.

Sin embargo, puede detectarse un patrón común que vincula cada uno de estos perfiles de usuarios-personas Time del año- y es que dejan atrás la “subjetividad interiorizada” (Sibilia, 2009), abriendo la puerta a los espacios privados que antiguamente eran invisibles ante la vista del público.

La separación entre los ámbitos públicos y privados son una construcción histórica que comienza en el Siglo XIX como repercusión de la sociedad burguesa industrializada, la división del tiempo entre el trabajo y la vida personal, así como los nuevos conceptos relacionados con confort e intimidad. La puerta del hogar marcaba la línea divisoria entre lo que era público y lo que no, expresado – inclusive- como el “declive del hombre público”, resguardando aquello que no podía verse desde el exterior (Sibilia, 2009).

Hoy estamos atravesando nuevos cambios que dan visibilidad a lo privado. Las formas de narrarnos digitalmente centran la atención en un único personaje: ¡el yo! Somos empujados a mostrar lo interno de nuestro ser en la visibilidad de cada dispositivo, siendo la web una nueva manifestación de aquellos relatos autobiográficos de la antigüedad (Sibilia, 2009). Es la “intimidad revelada” o “outimidad”, contrario a la intimidad, la que hoy prima en la red (Balaguer Prestes, 2008). Autor, narrador y personaje son hoy la misma persona en nuestro relato (Sibilia, 2009), vehiculizado por las redes sociales, que permiten llegar a rincones impensables del mundo.

La adolescencia como construcción cultural es ahora expuesta a un sinfín de estímulos, dónde se empuja a hacer mucho en poco tiempo, en lugar de centrarnos en lo que refiere a estimular la atención, a la tarea continua y persistente. Acceder a la información no es un problema, siendo la calidad de la misma la verdadera interrogante que nos aborda a la hora de pensar, por ejemplo, en políticas educativas para estas nuevas generaciones.

Para “controlar la información” que Grossman (2006) hacía referencia, es necesario construir procesos que determinen qué información, de dónde viene, y qué hacemos con ella una vez que la tengamos. Paradójicamente, la desinformación tiene un papel protagónico y central en lo que circula a través de redes sociales como pueden ser Facebook o Twitter.

Educar para el mundo digital no solamente debe confrontar calidad y cantidad en materia de información, sino también hacer conscientes que esta nueva realidad conlleva también riesgos a los que son expuestos todos sus usuarios.

¿Un futuro incierto?

Estudiar las adolescencias, su desarrollo y construcción de la identidad, necesita, innegablemente ser observadas a través del lente de las TIC: como las atraviesas y qué efectos genera en cada sujeto.

Es necesario dejar atrás las certezas, interrogar aquello que tenemos naturalizado, viendo este período evolutivo en toda su complejidad.

La inclusión de los jóvenes en la vida digital complejiza la forma en que se socializa y se vive esta etapa, agrega nuevos desafíos y los expone a nuevos riesgos.

El abordaje interdisciplinario que ubica al adolescente en el centro debe comenzar a pensarse fuera de la caja, removiendo aquellos elementos que los homogeniza e indagando justamente lo que los hace diferentes.

Los adultos –padres, madres, docentes, profesionales, personas en general- deben abrir la puerta a construir visiones más holísticas de estos sujetos incluyendo la “adolescencia del mundo real” pero sin dejar de lado la vida 2.0 que genera cuerpo y modifica subjetividad.

Finalmente, Grossman (2006) tenía algo de razón cuando dijo “Si, usted…”, enmarcando a la persona Time del año como productor y consumidor de esta vida digital y globalizada, solo resta comprender mejor el mundo en cual estamos inmersos, y aprender así a controlar –efectivamente- la era de la que somos parte.

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