Los contextos de la baja: reflexiones y escenarios sobre bajar la edad de imputabilidad penal

Los contextos de la baja: reflexiones y escenarios sobre bajar la edad de imputabilidad penal
Foto: ir.uy

Por Iván Esquenazi

El presente trabajo busca analizar el tema de la baja de la edad de imputabilidad penal, desde un posicionamiento complejo y global, intentando ordenar argumentos y lógicas, en la búsqueda de la visualización de algunos escenarios posibles que expliquen el fenómeno.

Discutiremos cuatro contextos principalmente: el político, el de derechos humanos, el socio-histórico y el psico-social, haciendo hincapié en el presente desarrollo en los dos últimos.

Esperamos sirva de insumo para el debate desencadenado y aporte para la comprensión del tema.

De argumentos a contextos

Este mes de octubre, se celebrará junto con las elecciones nacionales, el plebiscito sobre la iniciativa de bajar la edad de imputabilidad penal a 16 años. Con la presente ley se lograría perpetrar los antecedentes penales de los adolescentes, de 16 y 17 años, que cometan delitos. Este tema ha movilizado a la ciudadanía, con argumentos a favor y en contra de la iniciativa.

A pesar de encontrarse disminuyendo el apoyo a la baja, un porcentaje alto de la población apoya o apoyó el plebiscito. La sensación de inseguridad, la impunidad de algunos crimines y la necesidad de cambios, parece llevarnos a buscar como sociedad, soluciones rápidas, parciales, bajo la lógica de que “por lo menos se haga algo”. Este es un peligroso argumento, ya que realmente, no importa si brindara una solución real o efectiva, sino que busca desahogar el malestar general producido por la inseguridad.

Consideramos que estas son las razones principales por las cuales las personas se interesan en dicha ley y no la creencia en que a los 16 años se da un cambio en la madurez del joven, que lo convierte en adulto. Para ilustrar dicha consideración es útil realizar el siguiente ejercicio. Estando tanto a favor como en contra, cuando se piensa el tema de la baja, ¿qué tipo de joven surge en el imaginario social? Probablemente, sea el de un adolescente, en situación de calle, sumido en las drogas, sin posibilidades de estudio o trabajo, dedicándose a la mendicidad en los mejores casos y al robo o hurto en los peores. Nadie imagina ni le importa mucho, que esta ley también condena al adolescente que, siendo menor de edad, sale en el auto familiar y manejando en un exceso de droga o alcohol, mata otra persona en un accidente. En el imaginario colectivo se ha asociado la idea de bajar la edad de imputabilidad como una lucha directa contra la inseguridad que provoca la delincuencia.

Por otro lado, escuchando los argumentos serios a favor de la baja (sobre todo provenientes de algunos profesionales del derecho penal) suelen tener cierto sentido y realizar un buen contrapeso contra los argumentos en contra. Números, promesas, lógicas, relatos de acontecimientos e interpretaciones de la realidad, parecen haber convencido a un número importante de personas, que bajar la edad de imputabilidad de penal es la venganza adecuada contra la inseguridad que provoco la delincuencia.

Nuestro posicionamiento no viene a aportar argumentos, números y situaciones aisladas, sino que busca visualizar el fenómeno en su globalidad y complejidad. La función de contextualizar es sumamente útil, al momento de comprender un fenómeno en sus diversas particularidades, permitiendo deconstruir sentidos, desarmar realidades y desentrañar las lógicas de fondo. El manejo de argumentos sueltos, nos puede llevar a todo tipo de conclusiones, sin embargo el armado de contextos, nos ubica en los posibles escenarios, a partir la toma de esta decisión colectiva.

Nos proponemos brevemente, redistribuir algunos argumentos ya usados y otros no tanto, en cuatro análisis contextuales, que permitan visualizar con mayor nitidez el fenómeno de la criminalización de la niñez, esperando sea de utilidad para pensar y contribuya al debate desencadenado.

  1. Contexto político

El debate sobre la edad en la que los jóvenes deben ser igualados a los adultos ante la ley, se desarrolla en este momento en nuestro país, en un marco político partidario. Sin embargo, el debate acerca de la baja de la edad de imputabilidad tiene décadas, tanto en nuestro país como en el mundo, habiendo sido desestimado en varios lugares, incluso en momentos en donde los derechos humanos se encontraron vulnerados políticamente.

Hoy, el tema es tomado por determinados sectores políticos como bastión de campaña, ante una sensación de inseguridad pública y la exigencia de la ciudadanía de encontrar soluciones. Más allá de que realmente alguien considere que detrás de esto se encuentra la llave para solucionar el problema en su complejidad, se ha convenido en que, culpabilizar y castigar a los jóvenes, es la clave para sentirnos más seguros.

Quizás, determinados sectores políticos, al ver alejadas sus posibilidades de acceder en esta instancia al gobierno, visualizan esta ley como una posible victoria electoral parcial. No es la primera vez que los partidos políticos usan un tema vinculado a los derechos de un sector de la población como campaña político partidaria. Otros partidos y con consecuencias nefastas para la desarrollo esperable de los derechos humanos, utilizaron de la misma forma la búsqueda de anulación de la ley de caducidad.

En este contexto político consideramos que debemos tener en cuenta seriamente a que intereses estamos beneficiando apoyando este proyecto, y si no estamos siendo manipulados por los mismos. Además de tener en cuenta a quienes estamos perjudicando realmente al apoyar este tipo de iniciativas.

  1. Contexto socio-histórico.

En “vigilar y Castigar”, Michel Foucault (1984), nos aporta una visión distinta de la delincuencia, como herramienta necesaria y creada por el poder para ejercer control. Desde esta óptica una sociedad que posee delincuencia debe ser controlada y reprimida, justificándose el disciplinamiento. El poder precisa la delincuencia para poder legitimar su control, siendo esta una arista casi no considerada en la visión del fenómeno. Como contrapartida una sociedad en la que no se cometan delitos, exige menos control social y se justifican menos los abusos de poder.

En este escenario, ya en los años 90´, Luis Eduardo Morás (1991), advierte que en Uruguay, los medios de comunicación dedicaban amplios espacios periodísticos a la delincuencia juvenil. Esto contribuye a armar una imagen de “joven”, como espontáneamente desviado, culpable de los aspectos oscuros y peores miserias de la sociedad. Existe un interés en demostrar, según Morás, que el joven de por si se convierte en malo, y que la única solución es su represión. En esta argumentación tienen su auge las teorías a favor de bajar la edad de imputabilidad, visualizando al joven como un posible enemigo social.

Volviendo a Foucault, la idea de “joven malo” sirve a determinados espacios de poder, para legitimar su control y la de su necesidad de represión. Este desplazamiento evita el pensar las responsabilidades que tenemos en general como sociedad en la producción de dichos malestares. Los delitos juveniles y la delincuencia en general son emergentes de un contexto social que producimos entre todos. Son la consecuencia de un sistema político, una organización social, las fallas del ámbito educativo y la desestructuración familiar. Es sumamente reduccionista e inoperativa reducir dicha complejidad a las acciones de los miembros más jóvenes y menos influyentes de una sociedad.

Desde estas lógicas, podemos entender la orientación de muchos medios de comunicación que durante décadas han buscado criminalizar la juventud, desarrollando una subjetividad de miedo ante la presencia de los jóvenes. De este modo, poder lograr la vigilancia de los mismos, con el fin de normativizarlos e ideologizarlos uniformemente.

Esta subjetividad se ha permeado tanto en nuestra sociedad, que hasta los adolescentes infractores, incorporaron muchas veces a su discurso la frase: “soy menor” creyendo erróneamente que dicha cuestión no les causaba reales consecuencias a sus acciones.

Esta subjetividad que se desarrolla hace casi dos siglos, la podemos observar en nuestra vocabulario cotidiano de diferentes maneras: “ya vienen así, son aviones”, “nacen cada día más rápidos, más picaros”, frases que poseen de fondo la creencia de que los niños y adolescentes se hacen solos, se vuelven así espontáneamente en la época en que vivimos, como si fuera consecuencia del cambio climático. De la misma forma, cuando vemos alguien buscar justificar la explotación sexual infantil, se dicen frases como: “tiene 15 años pero la vivió toda”, “vienen rápidas las chiquitas”, “tiene más calle que una de 30”, como si lo hicieran porque su naturaleza es así y no por encontrarse en un entorno misógino y desigual. Es interesante que las frases que se escuchan para justificar atrocidades como la explotación sexual infantil, sean similares a las que se usan para justificar la baja de la edad de imputabilidad penal.

En este contexto, la baja implica dar lugar a esa forma de disciplinamiento que busca instaurase, buscando legitimarse con la visión del joven como alguien del quien debemos defendernos. Evitando de este modo los cuestionamientos a nuestra sociedad de consumo, comunicación perversa y falta de preocupación por los derechos de la otredad.

Es interesante el aporte de Barran (1998), el cual ubica el nacimiento del término adolescencia en el S XIX, con estrecha relación con la creación de los términos masturbación, homosexualidad y su medicalización. Históricamente, el término “adolescente” surge para ser vigilado, controlado y normatizado. Con la prohibición de la masturbación y asociación directa con la adolescencia, esta etapa de la vida pasó a ser vista como un momento negativo del desarrollo, en el cual surgen y se desarrollan los deseos e impulsos sexuales de la persona. A su vez, este es el momento de la vida donde puede surgir la homosexualidad como orientación sexual, cosa totalmente prohibida y patologizada, como mecanismo de control de la productividad. Es así, que la adolescencia de por sí es una etapa donde socialmente, en la modernidad, se caracterizó por los elementos negativos y controlables. Las secuelas de esta forma de ver al adolescente aún las vivimos hoy en día y es frecuente ver a los jóvenes estigmatizados en sus aspectos negativos, así como existen secuelas de la estigmatización que tuvieron la masturbación y la homosexualidad. Hoy en día, que nos movemos en un momento histórico donde dichos fenómenos han sido desmedicalizados y legitimados, sería un retroceso criminalizar a los adolescentes bajo una visión obsoleta en contra del avance de los derechos que se vienen adquiriendo en estas áreas.

La adolescencia es además una edad sobre la que se deposita mucha violencia simbólica, según los aportes de Mercedes Garbarino (1998). La adolesentización de la sociedad y el valor de la juventud, produce una tendencia a culpabilizar este sector etario, según la psicoanalista. Los adolescentes son espejo de la sociedad, reflejando sus conflictos, así como la sociedad pretende verse reflejada eternamente en la adolescencia. De aquí el tipo de enfermedades adolescentes como ser las adicciones, la anorexia y la violencia social, como parte del reflejo social en la subjetividad adolescente.

Hipócritamente el resto de la sociedad, lejos de asumir la responsabilidad de dichos fenómenos, condena a los jóvenes, como si fuese culpa exclusiva de ellos. Se desplaza el problema en un sector social, el cual es condenado y estigmatizado, sobre el que se proyecta y depositan aquellos elementos, que no nos queremos hacer cargo como individuos, familias y sociedades.

Es dificultoso en los tratamientos con adolescentes, que las familias se hagan cargo de sus partes, en la generación de los conflictos y enfermedades de sus hijos. Es más sencillo desplazar la culpa, proyectando todo en el otro, que asumir la responsabilidad necesaria. Esta actitud, socialmente hipócrita, es muchas veces la que da sostén a estos malestares. Infrecuentemente vemos a los medios de comunicación, políticos, y entidades sociales, asumiendo las cuotas de responsabilidad en los fenómenos sociales generados. No se trata de encontrar culpables que paguen las acciones de todos, se trata de asumir las cuotas de responsabilidad adecuadas, para poder generar los cambios necesarios. Sí como actor social se decide tener parte de la responsabilidad, también se posee parte de la solución. Sí por lo contrario, se decide desplazar la culpa en el otro, se convierte en un actor hipócrita y perverso.

Viñar y Torres (2005) nos complementan este panorama diferenciando dos leyes: la jurídica que es la que rige la sociedad, y la antropológica que es la adquirida en el universo psico-afectivo en los grupos de pertenecía y familia. Cuando las mismas no coinciden, es improbable que la persona pueda, naturalmente, direccionarse por medio de las leyes jurídicas esperables y compartidas. Por eso sabemos que es muy probable que, lamentablemente, de un “niño de la calle” que no es rescatado, surja un futuro delincuente. Hace 10 años, en plena crisis económica, la pobreza, la indigencia y la mencindad adquirieron cara de niño en nuestro país. Esquinas, ómnibus y puertas de supermercados llenos de niños dedicados a la limosna. Como colectivo fuimos testigos de ese fenómeno, y lo somos hoy de sus consecuencias directas y totalmente predecibles.

 

 

  1. Contexto de derechos humanos

A partir de la Revolución Francesa y con los inicios de la Ilustración, son muchos los   derechos que se han ido incorporando, al listado ganado por la humanidad. Hoy en día, ya no se discuten derechos como la igualdad ganada por la mujer, la caída de la esclavitud, y tantas otras cosas que nos parecerían absurdas que no fueran así, en el mundo occidental.

En el año 1948, se firma la “Declaración Universal de Derechos Humanos” (1948) que propone como premisas básicas la igualdad de derechos de todos los miembros de la humanidad, tendiendo al progreso social y la elevación de la vida. Bajo estas premisas se declararon 30 derechos básicos, sobre los cuales se desarrollaron posteriormente, múltiples derechos enfocados en las libertades individuales, las de las minorías y la igualación ante la ley.

En el año 2012 y 2013 nuestro país hizo historia, al ser uno de los primeros en el mundo en incluir 3 leyes fundamentales para la igualdad de derechos. La ley de Interrupción voluntaria del embarazo, la ley del Matrimonio igualitario, y la de Regulación del mercado de marihuana. Estas nos otorgaron a la ciudadanía en general, un nivel en derechos humanos universales mayor, ya que nos brinda derechos que muy pronto van a ser tan incuestionables, como el voto de la mujer, la prohibición de la esclavitud, y las leyes de antidiscriminación, que ya existen hace años en nuestro país y en gran parte del mundo. Estas leyes no son de izquierda o de derecha sino que se enmarcan en la evolución natural de los derechos del hombre, aumentando su dignidad y asegurando su progreso social. Nos implican y benefician a todos, más allá que hagamos uso o no de las mismas.

En el año 1959, con base en la declaración de Ginebra del año 24, la ONU, realiza su carta de “Declaración de los derechos del niño” (1959), estableciéndose 10 principios básicos, que nos obligan como sociedad, a asegurar el cumplimiento de sus necesidades, educación, salud, vivienda, igualdad, familia, protección de toda forma de abuso, negligencia o explotación.

Cabe preguntarse, cuantos de todos estos derechos hemos incumplido como sociedad, en la generación de niños y adolescentes que llegan a delinquir. Desde esta óptica, bajar la edad de imputabilidad no sólo busca culpabilizar a la infancia criminalizonadola, sino que nos aleja de un posicionamiento, en el cual podamos volvernos responsables como sociedad y sistema, de todos los derechos que hemos vulnerado. Además que en si misma implica una desprotección de los derechos del niño, descuidando una parte vital de su desarrollo, desprotegiéndolos, al igualarlos con el adulto en los deberes, pero no en la adquisición del ejercicio pleno de sus derechos.

Por estas razones, es que consideramos que bajar de edad de imputabilidad, es una involución con respecto al desarrollo de los derechos humanos en general, y de los derechos del niño y adolescente en particular.

Cuando se desarrollan argumentos a favor de la baja, como la adjudicación de los derechos humanos de las víctimas de los delitos perpetrados por adolescentes, no se comprende que la pérdida de derechos humanos, es para la sociedad en general, todos incluidos en la misma. Es como que un hombre este en contra del aborto porque el mismo no se va a realizarse uno. Los derechos humanos los recibimos todos, y nos hacen crecer y evolucionar como sociedad en un todo. Por lo tanto bajar la edad de imputabilidad nos degrada a todos en el desarrollo de nuestros derechos, como ya lo hizo el apoyo a la ley de caducidad, por más que se tenga familiares implicados o no.

Somos más humanos en la medida que protegemos los derechos de más y más personas. Somos en general una sociedad más justa, si podemos visualizar caminos efectivos de rehabilitación social, prevenimos los delitos reforzando la inclusión social total, podemos reforzar nuestro sistema educativo y habilitamos condiciones para el desarrollo de familias más contenedoras, sanas y con modelos positivos a trasmitir.

  1. Contexto psico-social

Vivimos en un mundo individualista y exitista, en donde la competencia, el consumo y la ley del más fuerte, son las lógicas que imperan en el entramado social. Bajo estas lógicas las masas menos favorecidas y excluidas del sistema, por falta de espacios y oportunidades, buscan vías de salida y manifestación de sus realidades inadecuadas. Según Friedlander (1950), la delincuencia y la delincuencia juvenil, son síntomas y consecuencias gravísimas de una organización social, que no le importa el bienestar del prójimo y lucha individualmente por su propio interés. Los sectores desplazados reaccionan bajo la misma lógica individualista que impera, buscando de forma equivocada reclamar sus espacios.

Esta forma de ver el problema es relevante al momento de pensar soluciones eficaces, ya que las mismas no pasaran tanto por el lado de la represión, el llenado de cárceles y la condena a adolescentes y niños, sino por la creación y el desarrollo de una sociedad más inclusiva, con oportunidades reales de inserción y protección de los derechos de todos. Si no se eliminan las causas que generan un síntoma, el mismo se seguirá reproduciendo, por más que se busquen medios paliativos para el mismo. Cuando pensamos en solucionar las enfermedades sociales como la violencia y el delito, es importante adentrarnos en las causas que las originan y pensar en una sociedad más inclusiva, donde dichos síntomas no tengan razón de originarse y existan vías efectivas para gestionar la desigualdad.

Donald Winnicott (1986), explica que la delincuencia genera en la sociedad un sentimiento y necesidad publica de venganza. Frecuentemente las cárceles son más bien centros para pagar el castigo, que centros de rehabilitación social. Es difícil empatizar con el delito desde una perspectiva global. El deseo colectivo de venganza impide entender que lo ideal para el imputado y para todo el resto de la sociedad es la rehabilitación, para poder reintegrarlo de manera efectiva a su medio social. Lejos de esto, las cárceles muchas veces son escuelas del crimen, en donde tanto por los vínculos que se realizan, como por la falta de actividades de rehabilitación, los individuos potencializan mucho más sus desvíos sociales.

En “El niño y el mundo externo” (1986), Winnicott continua explicando que las posibilidades de reestructuración y rehabilitación son mucho más probables y exitosas en caso de llevarse a cabo en la adolescencia o mismo en la niñez, ya que el psiquismo se encuentra en estructuración, por lo que es necesario poder realizarlo cuanto antes. Kate Friedlander, agrega ya en el año 50´, que es vital que como sociedad podamos transformar la forma en que vemos el delito y poder pensar en la creación de un espacio de reeducación, sobre todo en las primeras etapas de la vida, intentando dejar de lado el sentimiento de venganza social.

Por otro lado, en su libro “El Hogar como punto de partida” (1986), Winnicott nos ilustra sobre el origen de estas conductas, por parte de niños y adolescentes. Insiste que el accionar delictivo es una muestra de sufrimiento sintomático, con seno en la familia y la misma como parte del colectivo. Explica que estos síntomas no permiten la estructuración sana del psiquismo, provocando una inmadurez en las funciones psíquicas vinculadas a la represión de las acciones negativas y la falta total de proyección y consecuencias de la vida. Como esclarece Marcelo Viñar, el trascurrir de la infancia en indigencia, brinda todas las posibilidades y chances para que el niño fracase en su desarrollo psíquico, con consecuencias sociales nefastas.

Friedlander aporta que las diferencias entre una persona que puede llegar a delinquir y una que no, no son tantas. De hecho muchas personas pueden llegar a la acción de matar si las circunstancias sociales lo justifican como adecuado, como las miles de personas que matan en momentos de guerra. Muchas personas pueden manifestar o sentir, a lo largo de la vida, el deseo de matar a alguien o cometer un ilícito para beneficiarse. La diferencia entre los que sienten y los que lo actúan es, según esta autora, un tema de maduración adecuada y estructuración del psiquismo, donde la terceridad y la norma son incorporadas, evitándose este accionar en la mayoría de las personas. Fenichel (1982) lo explica como una carencia de estructuración superyoica, dando como consecuencia una falla en la internalización de lo prohibido que lleva a delinquir. Winnicott explica, que el niño de por sí, desde que nace, tiende a la trasgresión, y que es con la interacción con sus padres principalmente, que logra socializarse incorporando las normas, estructurantes de su self. Los adolescentes y adultos antisociales, según este autor, buscan en la sociedad por medio de la trasgresión, los limites para su necesaria estructuración psíquica, que no pudieron encontrar en su familia.

Se trata por tanto, de poder habilitar más y mejores espacios de rehabilitación, tanto antes como después de que un joven llegue a infligir la ley, de modo de poder habilitar el desarrollo psíquico, que muchas veces no logran adquirir o desarrollar en sus hogares de pertenencia. Frecuentemente estos niños y adolescentes son rescatados a nivel simbólico, por otros miembros de la familia o sociedad, para alcanzar su desarrollo sano. Tíos, abuelos, maestros, profesores y educadores, cumplen en muchos casos dicho fin, a tiempo para la salud futura del joven. Se convierten en objetos transformadores, que según Cristhopher Bollas (1988), aportan un espacio donde proyectar la familia que fracaso, pudiendo elaborar en el los conflictos generados, transformando y desarrollando en el psiquismo, aquellos elementos que no pudieron llegar a establecerse y crearse. Claudine Blanchard (2002), aporta al respecto que los espacios educativos y formativos, pueden oficiar como espacios terapéuticos, donde los jóvenes puedan elaborar sus carencias y transformar sus personalidades. Hace especial hincapié en la necesidad de formar a los docentes y educadores para dichos fines, de modo que puedan tener en cuenta estos detalles de su labor formativa. Es necesario pensar socialmente, en la creación de más espacios destinados a esta función, y preparar a los docentes y educadores para poder ejercerla de modo consiente y fortalecidos.

Teresa Porzecanski (2004) nos explica que la adolescencia es una edad muy delicada, caracterizada no solo por los cambios psíquicos, sino también por los simbólicos. Es una época de la vida donde la sociedad deposita lo que se pretende del joven para su vida adulta. Explica que vivimos en una sociedad, donde muchas veces, no se llena este espacio simbólico dejándolo vacío de contenido. Los adolescentes se ven carentes de un modelo a seguir y de expectativas con las que llenar sus vidas. Es similar a lo que Rodolfo Bohoslavsky (1984) llama “proyecto de vida”, que comienza a desarrollarse en los adolescentes como uno de los conflictos que empiezan a resolverse en esta edad. Vemos sectores enteros de la sociedad, donde las familias apenas si poseen ellos mismo un proyecto familiar y social de vida, por lo que les resulta simbólicamente imposible ayudar a sus hijos a llenar dicho vacío. Estos aportes explican por qué muchos adolescentes y jóvenes se dedican a pasar el tiempo, sin expectativas, actividades ni proyectos. Los “ni-ni” son consecuencia de una sociedad, que deja un sector de la misma afuera del proyecto de sí misma. Consecuencia de un espacio que se deja vacío, cuando debería llenarse de simbolismo y expectativas.

Consideramos relevante al momento de pensar la inclusión social y la prevención de la actividad delictiva en la juventud, el poder rellenar estos espacios simbólicos acerca del futuro, como explica Porzecanski, que colaboren en construir un proyecto de vida útil a la sociedad en la que deben incluirse.

Reflexiones finales

“Vamos a invertir, primero en educación, segundo en educación y tercero en educación”
José Mujica.

En el presente desarrollo aportamos algunas lógicas, y formas de entender el fenómeno de la adolescencia desde diferentes ópticas, buscando generar escenarios que expliquen hiladamente, parte de la argumentación en contra de modificar la ley sobre la edad de imputabilidad penal. Consideramos que el armado de dispositivos de visualización aporta mayor claridad a la de argumentos y números sueltos.

Se intentó además de analizar el tema y brindar una línea argumental, el proponer alternativas a seguir transitando, para que estos problemas graves que nos aquejan como sociedad, puedan encontrar una vía de resolución. Esperamos haber aportado a la comprensión de la complejidad del fenómeno y algunas de sus múltiples formas de entenderlo.

Además, intentamos enfatizar los porque muchas veces, se dice que la clave está en educación y no en la represión. “Educación, educación y más educación”, es la clave y eje para solucionar este problema, así como tantos otros de nuestra sociedad. Los porcentajes, enfoques y políticas de todos los partidos y sectores sociales no deberían olvidarlo si deseamos una sociedad más inclusiva, justa, desarrollada y segura.

Por último, aportar que consideramos a las personas y movimientos que lucharon para que no salga esta ley, como verdaderos factores resistentes del poder instituido y de las lógicas de fondo que se pretenden imponerse con la baja. Estos movimientos son creadores de verdaderas líneas de fuga y resistencia, en el sentido deleuziano, de sistema que busca disciplinarnos con uniformidad y sin pensar en el bienestar y derechos de todos.

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Bibliografía:

  1. Barran, J. El adolescente, ¿una creación de la modernidad? En: Barran, Caetano y Porzekanski. Historia de la vida privada en el Uruguay. Santillana. Montevideo. 1998.
  2. Bollas, C. La sombra del objeto. Amorrortu. Buenos Aires. 1988.
  3. Blanchard-Laville, C. Los docentes entre el placer y el sufrimiento. L´Harmattan. París. 2002.
  4. Bohoslavsky, R. Orientación vocacional: la estrategia clínica. Nueva Visión. Buenos Aires. 1982.
  5. Fenichel, O. Teoría psicoanalítica de la neurosis. Paidos. Barcelona. 1982.
  6. Foucault, M. Microfísica del poder. La Piqueta. Madrid. 1982.
  7. Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI. Buenos Aires. 1984.
  8. Friedlander, K. Psicoanálisis de la delincuencia juvenil. Paidos. Buenos Aires. 1950.
  9. Garbarino, M. Adolescencia II. Paidos. Montevideo. 1998.
  10. Morás, L. Delincuencia juvenil, la lógica del disciplinamiento. En: Araujo A. Jóvenes, una sensibilidad buscada. Nordan. Motevideo. 1991.
  11. Organización de Naciones Unidas. Declaración Universal de Derechos Humanos. 1948.
  12. Organización de Naciones Unidas. Declaración de Derechos del niño. 1959.
  13. Porzekanski, T. Conceptualizando la adolescencia y la juventud. En: Constanzo, A. Ser adolescente, ser joven hoy. Argos. Montevideo. 2004.
  14. Torres, M. La tragedia marginal. Le jurídica ley del sujeto. En: Tarres, M. (comp.) Niños fuera de la ley. Trilce. Montevideo. 2005.
  15. Viñar, M. Niños fuera de la ley. En: Tarres, M. (comp.) Niños fuera de la ley. Trilce. Montevideo. 2005.
  16. Winnicott, D. El hogar nuestro punto de partida. Paidos. Buenos Aires. 1986.
  17. Winnicott, D.El niño y el mundo externo. Paidos. Buenos aires. 1986.

Iván Esquenazi

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  1. En ningún momento se cita textual la enmienda a la ley, como testimonio de lo que se quiere lograr.
    En la enmienda y cito de memoria; «serán imputados como mayores, todo aquel menor, que mate, viole ó cometa lesiones gravisimas a terceros».
    Por lo tanto todo este largo artículo, cae por su propio peso al generalizar en un rango etario (menores de 18 a 16 años), algo que no es verdad.
    Solo los menores que cometan estos delitos serán procesados como mayores.

    Acá la enmienda publicada en el sitio web del parlamento:

    http://www.parlamento.gub.uy/repartidos/AccesoRepartidos.asp?url=/repartidos/camara/d2010090353-00.htm

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  2. Estimado Sr. Custer : con respecto a la liviandad con que se refiere al artículo no tiene en cuenta al cariz con que fue escrito y evidentemente su comentario es desde un punto de vista más jurídico que toda la investigación, análisis y dedicación volcados en «todo este largo artículo».

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  3. Excelente artículo. Muy claro y objetivo. Como suele suceder, la solución a un problema no es algo sencillo, sino más bien complejo, lo cual está debidamente explicado en el texto. Educación es la clave de todo, inclusive de este problema. Considero un error bajar la edad de imputabilidad porque sería tratar un problema muy complejo de modo simplista y sumamente superficial, sin llegar a las causas de fondo. Educación y rehabilitación son conceptos claves para solucionar todo este tema. Reducir una problemática tan compleja bajando la edad de imputabilidad es un error que, si se llega a cometer, nos atrasará como sociedad y causará un daño indeleble en la misma.

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    1. La educación fallo !!!

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